sábado, 30 de mayo de 2015

LIBROS CONTRA LIBROS



Hubo un tiempo, escribe Rodrigo Fresán en su excelente novela La parte inventada, en que las fiestas o el cine o la televisión o el alcohol o las drogas o el sexo o la política o los atardeceres nos alejaban de los libros. “Ahora -¡sorpresa!-“, añade a continuación, “son los libros los que nos alejan de los libros.” Esta cita me parece clarificadora de la crisis que atraviesa la literatura. Hace referencia, además, a la debacle de la lectura. Es cierto, la gente lee cada vez menos y, en consecuencia, cada vez peor. El problema no reside esencialmente en la progresiva sustitución del libro impreso por el electrónico. Estriba antes en el enaltecimiento del envase por encima del contenido.

Importa el artefacto. El último modelo del e-book y de la tablet. En cualquier caso, también del móvil con sus aumentos sucesivos de pantalla. Son máquinas que permiten leer a velocidad y con ligereza. Se busca la frase corta y no, desde luego, por su “sabio poder de síntesis”, sino por su “burda base de abreviaturas”, en palabras de Rodrigo Fresán.

Prima hoy la lectura “en dosis homeopáticas”, expresión que alude, entre otros, a ese modo de leer picoteando aquí y allá mientras se pulsan teclas. Entregados a la pantalla, se salta de un libro a una red social, pausa imprescindible, claro está, para satisfacer la compulsiva necesidad de actualizar y revisar perfiles sociales. O de escribir mensajes cortos, cuyo talento se mide por su ajuste a determinado número de caracteres. ¿Dónde queda la concentración, la soledad, la imaginación que requiere el hábito de leer? Se ha perdido la respiración lenta y hasta bien adentro, como describe con lucidez Fresán el proceso de lectura. En 20 años esta será un culto, se dice en La parte inventada. “Será un hobby minoritario. Unos criarán perros y peces tropicales, otros leerán.” A los últimos se les asociará –de hecho ya suelen ser estigmatizados por aquellos que consideran que la vida está a la altura de la vida– con seres melancólicos, asociales y aburridos. Entre tanto, se frotan las manos los escritores que eligen “la gloria instantánea de los cien metros” frente a “la soledad del corredor de fondo”. Ellos escriben libros que, sin duda, nos alejan de la literatura, ay.

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.



 

viernes, 22 de mayo de 2015

INFELICES






Escribió J.M. Coetzee  que se trasladó desde Ciudad del Cabo hasta la capital inglesa para conseguir ser escritor. Lo cuenta en Juventud, libro en el que evoca su etapa juvenil. Nada más llegar a Londres comparte la modesta habitación alquilada de su amigo Paul, a quien le paga dos libras por semana. Este duerme en la cama de verdad y él en un sofá desvencijado. Pasa frío, pero no le importa. Está en Londres, la ciudad soñada.

Dispone de pocos ahorros. Tiene que encontrar de inmediato un empleo. Se ha licenciado en inglés y matemáticas. Después de lanzarse a una larga búsqueda de trabajo, un anuncio en un periódico le lleva hasta Rothamsted, la explotación rural en las afueras de Londres. La entrevista va bien. El puesto al que aspira consiste en preparar cuadrículas para las plantaciones de ensayo, así como anotar y analizar datos de las producciones. No se manchará las manos. El trabajo agrícola lo realizan jardineros.

A los días recibe una carta. Ha sido aceptado para el puesto con un buen salario. No puede contener la alegría. Sin embargo, en seguida la alegría se hace añicos. Le obligan a residir en el pueblo, cerca de la explotación. No puede ir y venir de Londres a diario, le comunican, porque se le ofrece un trabajo de oficina con horario irregular. Algunas mañanas empezará muy temprano y otras veces tendrá que trabajar hasta tarde o en fin de semana. Se pregunta finalmente qué sentido tiene ir de Ciudad del Cabo hasta Londres para vivir en un pueblo y consagrar su vida a medir la altura de las judías. Quiere unirse al equipo de Rothamsted, quiere darle alguna utilidad a las matemáticas. Pero también quiere acudir a recitales de poesía, conocer a escritores y pintores, tener aventuras amorosas...

Decide declinar la oferta. Eran por aquel entonces, claro está, otros tiempos. En la actualidad emigran nuestros jóvenes al extranjero para ganarse el pan a cambio de un mísero salario y de sacrificar su vida. Acaban reventados tras la jornada laboral y su existencia en cualquier ciudad prometedora se reduce a una batalla por sobrevivir. Experimentan en la propia piel eso que escribió con tanta certeza David Foster Wallace en La broma infinita: “El odio que se siente por el trabajo al final del día no es más que una parte del trabajo.”



 

sábado, 16 de mayo de 2015

`EL DÍA SEÑALADO´, DE ENRIQUE VILA-MATAS



Tal vez sea cierto que la incredulidad ante la propia muerte crece en proporción a su proximidad. La mente, incluso en los últimos momentos de vida, es capaz, según Arthur Koestler, de desdoblarse. Se las ingenia para dividirse en dos mitades, de modo que una de ellas examina de manera fría lo que la otra experimenta. De esta forma, se lee en Diálogo con la muerte, "la conciencia se ocupa de que la aniquilación completa no llegue a experimentarse."
Nadie, que se sepa, puede imaginar su propia muerte sin dejar de contemplarse a sí mismo como espectador. Es también el caso de Isabelle Dumarchey, protagonista de El día señalado, un relato largo de Enrique Vila-Matas. Publicado este por la editorial Nórdica, contiene dibujos de Anuska Allepuz. Fue ella quien ilustró anteriormente Niña, del mismo escritor, libro editado en Alfaguara.

Isabelle intenta evitar a lo largo de las páginas de El día señalado la confirmación del augurio de su muerte. A los diez años de edad le pronosticó una gitana que moriría sedienta y de pie, tal vez bailando, en un día lluvioso de invierno, de un año no precisado. Queda impactada, aunque sus padres no le conceden importancia al absurdo augurio. Logra olvidarlo, pero con el tiempo resurge bajo nuevas formas, persiguiéndola como la voz de un oráculo. Al fatal vaticinio se van añadiendo nuevos detalles. Entre otros, que su muerte se producirá un dos de febrero.

Isabelle, presa del tormento, se plantea en un momento determinado retar a la muerte. Sin embargo, ni siquiera con un cambio de escenarios consigue liberarse de su amenaza. Procura darle la espalda, viviendo como si nada malo pudiese ocurrir. Tampoco en situaciones límites. Pero un solo gesto imprevisto o una frase casual la devuelve al augurio.
 

Vila-Matas parece dar a entender que no hay estrategia alguna contra la realización del destino. Su relato guarda cierta semejanza con el célebre cuento El gesto de la muerte, difundido con numerosas variantes por autores durante siglos. En este, como muchos lectores recordarán, un joven jardinero persa le pide a su príncipe que lo salve de la Muerte. Se cruzó con ella por la mañana y le hizo un gesto de amenaza. Atemorizado, desea fugarse lejos. Quiere estar esa noche en Ispahán. El bondadoso príncipe le ayuda a escapar, prestándole sus caballos. Luego encuentra a la Muerte y le pregunta por qué le hizo ese gesto al jardinero. "No fue un gesto de amenaza"-le responde ella-, "sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán."

El día señalado ha sido reescrito por Vila-Matas en diferentes ocasiones y con títulos distintos. La primera versión data de 1982, incluida en Nunca voy al cine. La penúltima, de 2007, forma parte de su libro Exploradores del abismo. La idea de Vila-Matas es "ir repitiendo el relato para ir mejorándolo." Una idea que casa con el resultado de su escritura: una única obra que, encadenada a sus fuentes originales potenciales, se despliega hacia nuevos universos.

En El día señalado sufre Isabelle por partida doble. A la desgracia del augurio se le suma "la sombra de la desgracia", expresión acuñada por C.S. Lewis en Una pena en observación.  Esta sombra abarca las reflexiones angustiosas que el fatal vaticinio provoca en Isabelle. Ella no se limita a sufrir, sino que se ve obligada a considerar una y otra vez el hecho de que sufre. Podríamos preguntarnos, por tanto, si finalmente busca liberarse de la muerte o del pensamiento de la muerte. ¿Queda o no queda suspendida la respuesta en el aire?




 

viernes, 15 de mayo de 2015

NOTAS SOBRE REALIDAD, FICCIÓN Y TIEMPO EN `10.04´, NOVELA DE BEN LERNER

                                                       Imagen de Pedro Guerra

La tempestad lo arrastra irremisiblemente hacia el futuro al que da la espalda.   

                                        Walter Benjamin


La cita que encabeza este texto está contenida en 10.04, la nueva y excelente novela de Ben Lerner (Kansas, 1979), publicada recientemente en la editorial Reservoir Books. Figura bajo la imagen Angelus Novus, de Paul Klee, y parece aludir al modo peculiar en que Lerner aborda las relaciones entre ficción, realidad y tiempo. Vayamos por partes.

La amenaza de un huracán se cierne sobre Nueva York, lugar donde reside el protagonista, un joven escritor que goza de un notable reconocimiento literario. La ciudad en alerta se vuelve un motivo fabuloso para narrar la vulnerabilidad individual y colectiva. Da la impresión de que el protagonista y los demás personajes caminaran sonámbulos entre las ruinas de un presunto futuro. Un porvenir que organiza el presente y lo pone en entredicho. El mismo protagonista dice no saber leer, en esa atmósfera de terribles presagios, “la ficción realista que aparenta ser el mundo.” El mundo se resquebraja bajo los pies y la visión cambia. En una de las tiendas, que aparece en las primeras páginas de la novela, la gente se amontona para abastecerse de productos y el joven escritor, al que acompaña Alex, su mejor amiga, cuenta:


“Alex me saludó y la noté cambiada, irradiaba algo inespecífico, pero conforme nos abríamos paso entre la muchedumbre con la mayor delicadeza posible comprendí que lo más probable era que el cambio estuviera en mi mirar, porque todo lo que quedaba en las estanterías también me pareció un poco cambiado, un poco cargado. La relativa escasez resultaba extraña: en lo que habitualmente eran los luminosos pasillos de la superabundancia ahora se abrían grandes huecos vacíos.”

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jueves, 7 de mayo de 2015

`DÍAS DE LLUVIA´, DE LUIS JUNCO




Se suele hablar de la influencia que ejerce el clima sobre los seres vivos en general. Sin embargo, por qué no pensar también que los sentimientos humanos pueden influir de manera determinante en el clima. Es la tesis, sustentada en un modelo físico y matemático, que sostiene el protagonista de Días de lluvia. Una novela de Luis Junco, editada en Baile del sol y escrita en una prosa limpia, que fluye como las aguas de un río. No resulta extraño para quienes conocemos la maestría de este escritor en el manejo del lenguaje.  

Marcial Buenaventura, el protagonista, es profesor de un instituto en Madrid. A lo largo de la novela va corroborando cómo su tesis se cumple, después de él haber vaticinado la llegada de la lluvia. Aún más, nieva de pronto y entonces descubre que la temperatura a determinado grado de congelación se vuelve, asimismo, fuente de sentimientos.

Luis Junco entrelaza con originalidad en su narración el ciclo habitual del agua y el devenir humano, colectivo, pero a la par individual. En el libro alzan la voz personas concretas con historias particulares e intransferibles que, por diversos motivos, confluyen en una misma búsqueda. Todos se buscan a sí mismos, a la vez que cada cual anhela a su modo un espacio común de libertad.
 

Nuestras vidas son los ríos // que van a dar en la mar, // que es el morir //, escribió Jorge Manrique. Me vinieron a la mente sus versos mientras leía Días de lluvia. Al contrario que este poeta, cuyo poema alude, en última instancia, a la muerte como homologación de los humanos, Luis Junco parece rescatar a los muertos en las aguas del río a las que fueron arrojados por la violencia. Rescata sus asuntos pendientes y su memoria para preservarla, antes de que se adentren de forma definitiva en el mar. El río es, además, la estancia donde se da un ajuste de cuentas, propiciado por el marco histórico en el que se desarrolla la novela. En las páginas del libro late la atmósfera de la guerra civil española, los años de posguerra y el último periodo de la dictadura franquista. Se narra el espanto y el horror, venido de las distintas partes, y su otra cara: la lucha incansable por la conquista de la dignidad, la defensa de lo humano frente a la barbarie. 

Vivos y muertos se confunden en la novela. Tal vez, porque los sueños y deseos de los unos y los otros permanecen, como permanece la esperanza cuando se anhela la lluvia y cuando esta la devuelve con su llegada.

Entretanto, el amor recorre la novela a través de una joven misteriosa. Su presencia recuerda la figura de la bella niña -del poema de Louis-René des Forêts- que únicamente se deja ver en sueños. O la imagen de aquella mujer, de la cual se dice que arrancarla del sueño para preguntarle es perderla. Por eso no interroga el enamorado Marcial Buenaventura a la joven. Solo -¿solo?- sabe que es hija de la lluvia, como él. 

domingo, 3 de mayo de 2015

DISIDENCIA







Dos niños, casi adolescentes, cenan en casa junto a sus padres. A uno de ellos, Gary, le encanta la comida. El otro, Chipper, detesta el hígado y la verdura que tiene delante. Mientras el primero repite una ración, a su hermano se le atraganta algún trozo que se ha llevado a la boca. Tiene atravesada en la garganta “una desolación tan obstructiva que tampoco habría podido tragar mucho, de todas maneras”, se lee en la novela donde se narra esta escena: Las correcciones, de Jonathan Franzen.
 
Chipper pide más leche, respirando con dificultad. Piensa que comer se vuelve menos insufrible, si toma líquido. Primero comes, luego bebes, dice su madre, y el hermano le invita a taparse la nariz. Sus ojos recorren una y otra vez el plato y en él solo encuentra horrores. Lo amenazan con privarle del postre que tanto le gusta, pero él sigue jugando con la comida. No puede acabar la cena. Tampoco alcanza a comerse el resto después de que el padre, en un momento de distracción de su mujer, picase unos trozos del plato.
La madre recoge y lava la loza de los tres. Una vez que todos, menos Chipper, han finalizado el postre, se ausentan, entregándose a sus asuntos. El muchacho se queda solo, clavado en su silla. No debe levantarse hasta que haya terminado.

Cuando ya es muy tarde, aparece el padre en el comedor y ve al chico derrumbado en medio de la oscuridad. Sobre la mesa, con la cara apoyada en el salvamanteles. Se quedó dormido y tiene el dibujo del salvamanteles impreso en una mejilla.
Chipper no aprovechó la ausencia de los padres para hacer desaparecer su hígado y sus hojas de remolacha. Tuvo la oportunidad de lanzar la comida por la ventana, o esconderla detrás de algún mueble. También disponía de suficiente tiempo para acercarse a la cocina y tirarla detrás de la nevera. Habría actuado, se supone, según la lógica aprendida de los adultos. Sin embargo, no hizo trampas. Su padre habría pensado que se había comido la cena y comérsela era exactamente lo que en aquel momento se estaba negando a hacer, se lee en la novela de Franzen. “La comida en el plato era indispensable como prueba de su negativa.” 

Publicado en: LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS: EL QUINQUÉ.