domingo, 23 de diciembre de 2018

ACASO SÓLO UNA FRASE INCOMPLETA




Acaso sólo una frase incompleta
es el sugerente título del libro de Eugenio Padorno recién publicado por la editorial Mercurio. Una obra maestra de poesía reunida que abarca medio siglo, desde 1965 hasta 2015. El título parece insinuar una fatal distancia entre la luz –verdadera e inalcanzable– y las limitadas posibilidades del poeta para captarla en su oficio. Nada sabe la luz de los cantos de la luz, pero es “cruel que el hombre envejezca en la casa que un día levantó sin haber comprendido sus sombras”, escribe Eugenio Padorno. Él vive para pensar y escribir, no al revés. Ante el mundo como caos que otros poetas intentan acomodar a su voz con el fin de huir de lo inexplicable, su apuesta literaria radical se aleja de cualquier promesa consoladora.

No se puede alcanzar la totalidad, pero lo indecible, parece suscribir Padorno, le será dado al poeta en su quehacer –lugar de fusión del ser y de la sustancia de lo poético– a través de vagas aproximaciones. Eugenio Padorno habla de alternativas textuales posibles para aproximarse a la totalidad tan buscada como impenetrable. Su apuesta literaria pasa entonces por asumir de antemano una derrota y el exilio del poeta, requisitos para emprender la búsqueda de algo que precisa todavía de forma y que debe enfrentarse, como escribe Jorge Rodríguez Padrón en el excelente prólogo del libro, a la complejidad de lo anterior a ser dicho.

Eugenio Padorno se desvive por la verdad que la poesía debe ser. No es representación, ni redecir las cosas dichas, ni dar nuevas palabras a lo que se conoce. La poesía es posibilidad creadora, “lo que aun avizorado, carece de lugar y no existe como realidad verbalizada”. Y el poeta, parte del misterio que él se afana en descubrir y habitante del poema donde se deja la vida, es un indagador de lo inexplorado y desconocido. Porque Eugenio Padorno no se engaña, escribe: “No importa cuantas veces me diga //Que soy libre… Nunca podré escapar // De las preguntas de esta Luz.” 



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.  





sábado, 8 de diciembre de 2018

CONCURSOS LITERARIOS

                                                            Imagen de Pedro Guerra


No parece extraño que los escritores se pregunten si los concursos literarios son limpios. Cuando concurren con una obra a un premio piensan a menudo que el resultado del certamen podría haberse decidido previamente. No trato de generalizar. Hay premios literarios que se libran del amaño, pero la desconfianza y la incertidumbre que experimentan los escritores están, creo, del todo justificados.

A veces se conforman con la posibilidad de quedar finalistas y así poder negociar –nunca mejor empleado este verbo– con alguna editorial la publicación de su obra en circunstancias menos desfavorables. De todos modos, cabe también preguntarse si la figura del finalista en concursos donde intervienen editoriales no es en muchos casos un invento con ánimo de lucro. Una maniobra dirigida a la promoción de la editorial y a la captación de nuevos escritores. Con la convocatoria de un certamen literario dan a conocer los editores su empresa y atraen a posibles candidatos que se someterán luego a condiciones despiadadas. Encima, los finalistas, emocionados por haber arañado el premio, podrían contactar con la editorial y conseguir la publicación de sus manuscritos. Quizá obtengan a cambio una pequeña rebaja económica.
  

Motivos sobran, sí, para que los escritores que presentan sus obras a concursos literarios desconfíen y se sientan defraudados. De entrada, no tienen la garantía de que el jurado lea sus manuscritos. Un comité invisible de expertos sin nombre se encargará de realizar la primera gran criba. Nadie sabrá, ni siquiera al final del proceso –nunca mejor empleado el sustantivo, gracias a Kafka–, quiénes son sus miembros y cómo han sido nombrados. Sobre un puñado de técnicos desconocidos recae la decisión más importante del certamen: la selección de obras que pasan al jurado encargado de valorarlas y de premiar una entre las finalistas. Atrás quedarán otras, la mayoría, que tal vez habrían obtenido una valoración alta del jurado. Eso, claro, en el supuesto caso de que no haya una confabulación para conceder el premio a un manuscrito antes de comenzar el concurso.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.




sábado, 1 de diciembre de 2018

UN EXTRAÑO RESPETO



"La oyó sollozar muy bajito, con un gemido largo y monocorde”. Así suena la angustia de Ora, protagonista de La vida entera. Quien la escucha es Abram, uno de los dos hombres a los que ama. En su adolescencia, durante la guerra de los seis días, los tres compartieron una experiencia extrema. Eso los dejó atados para siempre.

 Ahora la mujer recorre a pie todo Israel, medio enloquecida por una especie de sinvivir: el miedo a la muerte de un hijo, reclutado para una misión de alto riesgo. En su viaje se mezclan la determinación con el extravío, la irracionalidad con el afán de encontrar o denegar sentido a casi todo: a su propia vida, a la de sus hijos, al sobresalto de vivir como en suelo minado, sustrayendo lo mejor de sí misma al odio y a la muerte.
Abram se suma al viaje. Van como heridos los dos por un mismo rayo: zarandeados, enceguecidos, erráticos.

Él, oyéndola llorar, recuerda los días de su cautiverio. Pero no es el horror de la prisión egipcia lo que resurge, ni los salvajes suplicios que casi alcanzaron a convertirlo en un guiñapo, sino la figura enclenque de otro prisionero. Y sus gemidos nocturnos, que lograban exasperar a todo el mundo. 
Sentados hombro con hombro en el corredor de las torturas, Abram y el otro habían podido hablar. Aquel hombrecillo -nos revela el autor de la novela, David Grossman- “lloraba de celos porque presentía que su novia no le era fiel”.

Con sus gemidos sordos y sin fin, Ora y el soldado enclenque nos desvelan la inexpugnable intimidad del sinvivir. Frente a eso nada pueden los tanques, ni las picanas, porque el sinvivir comparte sitio con los sueños, las esperanzas y los fervores, acorazado allí donde la vida late con más fuerza. Por eso Abram, ensimismado en el daño inteligible y objetivo de la guerra, queda perplejo ante la pujanza de otras torturas que no entiende. Y sólo acierta a sentir, nos dice Grossmann, “un extraño respeto”.



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.