martes, 20 de noviembre de 2012

SOBRE LA MUERTE. ALGUNAS VOCES DE ESCRITORES.


“A lo mejor todo lo que nos ocurre en la vida no es más que una larga preparación para abandonarla”, proclama Max Morden, narrador y protagonista de El mar, novela de John Banville. Su esposa Anna ha muerto después de una larga enfermedad y él decide finalmente recluirse en el pueblo costero donde veraneaba de niño junto a sus padres. A propósito de la pérdida de su mujer, la experiencia del reencuentro con su pasado más remoto se verá salpicada de un puñado de reflexiones sobre la vida, la enfermedad terminal y la muerte.

No escasean los escritores que en sus novelas miran de lleno a los ojos de la muerte. No es de extrañar, pues, como escribió Fernando Pessoa en Libro del desasosiego, “en lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace como pensar lo que ha de morir”. Para pensar esto último, sin embargo, tal vez sea necesario alcanzar la facultad que este poeta supo desplegar de verse viendo por detrás de los propios ojos:

Veo como veía, pero por detrás de los ojos me veo viendo; y sólo con ello se me oscurece el sol y el verde de los árboles es viejo y las flores se marchitan antes de aparecer.

(Continuar leyendo en REVISTA DE LETRAS)

domingo, 18 de noviembre de 2012

EL ADIÓS DE PHILIP ROTH


Philip Roth ha anunciado su retiro de la literatura. No parece un acontecimiento novedoso, pues abundan los escritores que a una edad avanzada deciden dejar de escribir. Les ocurre igualmente a un mecánico, una ingeniera o un maestro. Llega el momento de abandonar su puesto de trabajo y se entregan a otros asuntos.

Lo curioso del caso Philiph Roth no es solo el anuncio de su retirada, un énfasis que pudo haber evitado. Tampoco las personas informan de su debut en la literatura en el momento en que se estrenan como escritores. Lo que llama antes la atención es el resentimiento que se encierra en las palabras pronunciadas por Roth en su adiós: "He dedicado mi vida a la novela... He dejado fuera casi todo lo demás. Ya basta. Ya no siento ese fanatismo por escribir que sentía antes".

¿Se bate entonces contra la literatura o contra sí mismo?, me pregunto. Sea cual fuere la respuesta, no encaja con la arrogancia de proclamar su éxito literario.


Ha declarado en una entrevista que a sus 79 años se le acaba el tiempo y que se concentra en la relectura de sus novelas favoritas y de sus propios libros a fin de "saber si había perdido el tiempo escribiendo". Nada que objetar a su libre decisión, si no fuera porque ha aprovechado el anuncio de su despedida para manifestar su triunfo en la literatura. "La verdad", ha dicho, "es que creo que he sido exitoso". Aludiendo a una cita del boxeador Joe Louis para referirse a su oficio, ha añadido: "Hizo su trabajo lo mejor que pudo con lo que tuvo".

Es lo que podría pensar de sí misma, sin alardear públicamente de ello, cualquier persona honesta al final de su trayectoria laboral.

La de Philiph Roth es una elección personal que nada tiene que ver con su obra. En lugar de vanagloriarse de su éxito literario, pudo si acaso este escritor hacer suyas unas palabras de su novela La elegía: "Era el momento de preocuparse por la desaparición. Había alcanzado el remoto futuro".

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO LAS PALMAS.




viernes, 16 de noviembre de 2012

´IRREDENTO', DE ÁLEX PORTERO ORTIGOSA


Irredento, libro de poemas de Álex Portero Ortigosa, se divide en tres capítulos interconectados: "Lo que fue", "Abismo" y "Vivo".
No parece casual la elección del título de estos apartados, puesto que somos  tiempo pretérito y la vida es un continuo salto al vacío. Vivir, parece querer decir Álex Portero en sus poemas, consiste, en última instancia, en repetidas caídas como ensayo de la última. Destino predeterminado desde el momento en que llegamos al mundo. Con otras palabras, el pasado indefinido - "Lo que fue"- se esconde siempre en las entrañas del presente - "Vivo"- mientras nos abrimos paso en la vida -"Abismo"-. Escribe Álex Portero en su poema "Perseides":

El secreto de las perseides:
un salto al vacío,
aunque sea una estrella quien lo realice,
siempre será una caída.
Perder,
brillar por última vez,
ser consumida por el fuego atávico,
marcar el camino de la nada.

Ser fugaz, es casi no ser.

Los deseos que se piden a las estrellas fugaces
arden con ellas.
Soportadlo.

Álex Portero mira de lleno a la vida y su reverso: la muerte. Por eso escribe también en su poema "El caballero verde":

Una bandera negra ondea clavada en el centro exacto de mi corazón.
Terreno conquistado, eternidad, tuya es la victoria
.


Frente a las tres heridas de las que hablara Miguel Hernández

(Llegó con tres heridas:

la del amor,
la de la muerte,
la de la vida),

Álex Portero recurre poéticamente a la figura de la armadura, tal vez como mecanismo de defensa ante las más intensas punzadas de la vida. Al mismo tiempo, quizá, como una forma de tomar distancia, para registrarlo, del sufrimiento propio de quienes padecen el ejercicio de la injusticia y la tiranía.
En su caso se trata de una armadura que en nada se parece a la máscara del autoengaño, la hipocresía, la indiferencia y el cinismo. Es una armadura hecha de luz estelar, cuyo reconocimiento le concede a la nobleza una oportunidad de reinado. El magnífico poema que abre su libro Irredento parece hablar en este sentido:

Si no llevara armadura
el corazón se me caería del pecho
y todo el mundo se daría cuenta de que no tengo piel.
Bendita sea la hora en que fui ungido caballero
por la luz de las estrellas.

Esa misma luz, símbolo de la dulce irrealidad activa, le permite a Álex Portero sentir interiormente el enredo de brazos y piernas del sueño y la vigilia hasta confundirse.

SOY cuando desligo la materia que me envuelve
y revisto mi espíritu de tenue amor de cuento...

Por eso maldice a la muerte no por muerte, sino porque

su afrenta es privarme de una vida irreal
que habito con toda la pasión que me cabe en el espinazo.

En sus poemas el orden espacio-temporal se hace trizas. Dice en Noche de Brujas:

Sé que estoy vivo en algún lugar sin nombre.

Antes ha escrito:

Hoy todo huele a Sándalo en mi cabeza
y me transporta,
a un pretérito perfecto que roza lo divino.

Más adelante, sabedor de que llega el momento de la vuelta a la realidad, no sucumbe:

Cuando el espíritu del humo me abandone,
y regrese a deambular mi propio cuerpo,
no recordaré paisajes, ni amores, ni voces,
volveré a soñar con otros mundos,
volveré a escribir para inventarlos,
a nacer de las entrañas de mis versos.

Esperando el día (o la noche)
en que un sol de otro color diga mi nombre.

Los poemas de Irredento embisten contra el sol negro en sus diferentes manifestaciones. Escudriñan una y otra vez en los ojos de los seres inmundos, los depredadores y cobardes, los corruptos y los falsos predicadores a fin de revelar su particular modo de inyectar miedo.

Monstruos de carne, hueso, pellejo y olor corporal
que no van a rendirse,
cuyos ojos permanecen  en silencio ante las aves,
seres que llevan petacas cargadas de (tu) miedo

beben grandes tragos,
Se emborrachan con él.

En otro poema dice este poeta:

El asfalto marca heridas
sobre la espalda de los pasos aún no dados.
Proyecta heridas, las presiente,
augura y es cruel.
Como todos los profetas
se alimentan de sangre y miedo atávico.

Igual que su concubina más complaciente y egocéntrica, la fe.

En Irredento también se habla, entre otros, del amor como mera ilusión y como herida. Pero asimismo se canta al amor, estancia cálida frente a tanta negrura. El poema Madrigal termina con unos versos en los que el protagonista expresa su sentimiento o sensación junto al ser amado:

Y la noche, esa que me sigue de cerca cada mañana,
vista de frente, es un poco menos fría.

En los poemas de este libro danzan escritores y poetas como Dante, Byron, Robert Walser, Kafka... Su poesía rinde un homenaje a la literatura.

La literatura ha roto los límites de la razón
un deforme caos de bellas formas lo cubre todo al fin.

Otros versos dicen:

Queda la literatura como único jardín inocente
y pronto será decapitado
por los mismos que dicen defenderlo.

En Irredento la literatura es refugio, pero no vía de escape. Esta se presenta como un modo creativo de soñar otros mundos contra la infamia y la vacua felicidad.

Si alguna vez vuelvo a encontarme con la felicidad absoluta
espero no reconocerla.
Prefiero arrastrarme por el fango a mi manera
y desde allí elevar la vista a las alturas,
hasta ese lugar en el tiempo
en que las estatuas desandan su camino,
se hacen carne tersa y cálida,
y consiguen que la mano del escultor,
por una noche, reniegue de la piedra.

Álex Portero reniega en sus poemas de la mediocridad y de las promesas de falsa felicidad, pero jamás de la vida. La mira de frente, sabiendo de su carácter efímero, y no desea distraerse.

¿Sabré reconocer a la muerte cuando llegue?
No quiero volver a extraviarme por el camino,
la vida adopta formas muy extrañas,
quedo embobado mirándolas,
cuando me doy cuenta, siempre, 
ha pasado una estación entera.
¡Estoy cansado de perderme el invierno!

No es cuestión de engañarse y mandar a la vida -como escribiera Claudio Magris de la Medusa con las serpientes enroscadas en la cabeza- a la peluquería. Nada soluciona querer verla más presentable. Por eso Álex Portero la toma por los pelos para mirarla a la cara y seguir riendo sin perder perspectivas. En unos versos escribe:

Desde el banco, junto a la tapia del cementerio,
la curvatura del planeta parece una sonrisa invertida,
solamente he de darme la vuelta y nos reiremos juntos.
Si no entiendo el motivo, será, como siempre, reíré hueco.

Irredento. Álex Portero Ortigosa. Editorial Endymion, poesía. Madrid, 2011.
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OTROS LIBROS DE ÁLEX PORTERO ORTIGOSA:

Fantasmas. Editorial Endymion, poesía. Madrid, 2010.




Música silenciosa. Editorial Endymion, narrativa. 2008.



martes, 13 de noviembre de 2012

PREMIOS LITERARIOS



La Revista de Letras, suplemento digital de La Vanguardia, ha puesto en marcha una iniciativa excelente: un programa mensual de radio con debates sobre literatura e intervenciones de colaboradores de esta revista recomendando libros. Presentado por José Á. Muñoz, el primer podcast, al que se puede acceder en la portada de esta revista, se abre con un interesante intercambio de ideas sobre los premios literarios. En concreto, se habla de la renuncia del escritor Javier Marías al Premio Nacional de Narrativa que le otorgó recientemente el Ministerio de Cultura. Como se sabe, Marías convocó, justo después de concedérsele este galardón, una rueda de prensa. Expresó que ha querido ser consecuente, pues desde hace tiempo decidió declinar invitaciones de instituciones del Estado, no aceptar premio oficial alguno y rechazar toda remuneración procedente del erario público, sea cual fuere el partido que gobierne.

En el debate, con aportaciones interesantes desde diversas perspectivas, los participantes coincidieron en dos cuestiones que comparto. Una: celebrar el libre ejercicio del derecho de este escritor de no aceptar el premio, reconociendo que su conducta responde a un acto ético que habla en favor de su coherencia. Dos: considerar incongruente la celebración de una rueda de prensa para hacer bandera, como ha sido el caso, de la propia coherencia.

Se supone que la estancia natural de todo escritor es la invisibilidad y que su objeto de atención es la obra literaria. Sin embargo, la rueda de prensa convocada por Javier Marías terminó convirtiéndose en un autobombo de su persona. Su discurso me recuerda unas palabras de Claudio Magris sobre el engreimiento del jefe de oficina que dice: "Usted no sabe quién soy yo".

El ruido mediático provocado por la iniciativa de Marías, que este pudo haber apagado con una simple nota de prensa, le ha concedido un protagonismo que desdice su supuesta actitud consecuente.

Frente a este modo de actuar se podría proponer la conducta del escritor que rechaza humildemente un premio atendiendo a su modo de pensar, pero que a la vez renuncia al espectáculo de la visibilidad.

FUENTE: LA PROVINCIA. EL QUINQUÉ. Elisa Rodríguez Court.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

ELSA LÓPEZ HABLA SOBRE `DECIR NOCHE'


INTERVENCIÓN DE ELSA LÓPEZ (ESCRITORA, COLUMNISTA Y POETA) EN EL ATENEO DE LA LAGUNA, TENERIFE, DURANTE LA PRESENTACIÓN DE DECIR NOCHE


Elsa López

PASEAR POR UN JARDIN DE ESTATUAS SIN OJOS
CON ELISA RODRÍGUEZ COURT

Sobre Decir noche ha escrito Rebeca García Nieto que “es un homenaje a la literatura. Escritores, lectores y, por supuesto, mirones que conciben los libros como una puerta de salida tienen cabida en este peculiar jardín de estatuas sin ojos en que uno entra y no desea volver a salir”.

Es cierto. El jardín de estatuas sin ojos que nos describe Elisa Rodríguez Court y en el que entramos de su mano no es un jardín cualquiera. Es un mundo por el que pasean escritores, sueños y fantasías. No es un jardín de ficción. Es un mundo de libertad de pensamientos, modos de ser y de escribir. Es un jardín donde las estatuas no tienen ojos; están ciegas como están ciegas las palabras. La autora de Decir noche se enfrenta a sus propios pensamientos y a la manera de pensar de los escritores que miran a los paseantes que entran en él. Lord Chandos es el gran protagonista. Y lo es Emily Dickinson. Son y no son. Están y no están.

¿Eres nadie también?
Entonces somos dos.

Lord Chandos, creado por Hugo von Hofmannsthal, representa a los escritores que han perdido la confianza en la palabra como una herramienta que pueden usar para nombrar lo que es la vida y las voces que hay en ella. Lord Chandos escribe cartas al filósofo Francis Bacon y camina por el jardín como sin saberse, absorto en su propio naufragio. Lord Chandos apuesta, como Wittgenstein, por el silencio.

De lo que no se puede hablar, hay que callar.

Dice Wittgenstein. Y esa es la razón para explicar que son muchos los escritores que se han quedado huérfanos de la palabra.
Elisa Rodríguez Court nos cuenta historias de escritores huérfanos, silenciosos, para quienes las palabras no tienen capacidad para expresar lo que el escritor desea decirnos. Y así, nos va desgranando a lo largo de Decir noche momentos y autores donde aparecen esas extrañas mutilaciones literarias o donde se nos habla de ellas. Nos cuenta, por ejemplo, que Vila Matas en Bartleby y compañía narra que cuando se le preguntaba a Rulfo por qué había abandonado la escritura, respondía que su tío Celerino era el que le contaba las historias y a su muerte se había quedado sin palabras.

Lord Chandos que se concibe libre y para el que las palabras son demasiado pobres como para ser algo más que vagos conceptos incapaces de contener otra cosa que no sean trivialidades, escribe una carta que es un modelo para los escritores de cómo explicar la atracción que muchos autores sienten por la nada. Y escribe en una de sus cartas:

Me parece que atravieso una soledad sin fin, para ir no sé a dónde.

Sentado en un banco del jardín ha decidido (palabras textuales de la autora) “abandonar la escritura. ¿Cómo decir noche?, se pregunta. Convencido de que la palabra es incapaz de dar cuenta de la realidad caótica, se dedica, como ahora, a gozar de cada instante y de las cosas tal y como le vienen en su esencia indecible”. Lord Chandos se siente incapaz de distanciarse del mundo de lo real; se siente encerrado entre las estatuas sin posibilidad de escapatoria del estado contemplativo en el que está inmerso.

Frente a él o junto a él, Emily Dickinson escribe unos versos que Rodríguez Court utiliza para indicarnos la atracción que la escritora siente por las palabras y cómo se siente fascinada por lo que éstas ocultan como si las palabras guardaran secretos y misterios que sirven para desvelarnos la verdad de las cosas que nos rodean. Su poesía busca precisamente, defiende Rodríguez Court, arrancar la máscara a la máscara hasta llegar a la última, la muerte, contra la que se estrellan las palabras, los conocimientos y el lenguaje:

Una palabra muere
justo al ser pronunciada según dicen algunos.

Yo digo, en cambio, que justo empieza a vivir
en ese instante.

La carta de Lord Chandos encierra miedo al vacío literario (llega a confesarle a Bacon que después de publicar varios libros ha llegado a quedarse mudo), al vacío de las palabras, a que detrás de ellas no haya nada.

En el jardín de estatuas sin ojos, entran y salen escritores relacionados con Lord Chandos y con Elisa Rodríguez Court que los sigue, lee, analiza y comenta y, lo más interesante, los pone en relación; los hace hablar y declarar sus cuitas y pesares. Navegan por el mismo mar; naufragan por las mismas aguas y dicen padecer los mismos síntomas. El mal del vacío lingüístico, el dolor de saber que las palabras no van a ofrecernos nada porque nada contienen. Es así como aparecen Virginia Wolf o su voz diciendo a Lord Chandos cosas tales como que la fantasía contenga más verdad que el hecho, escritas en Una habitación propia; Enrique Vila Matas: "Donde no llega la memoria, llega la imaginación"; Gertrude Stein y Pablo Picasso, Flaubert, Goethe, Luis de Góngora, Neruda, José Hierro…
El jardín se ha ido llenando de las voces de poetas, pintores, novelistas, editores, filósofos… Todos dejan su mensaje, sus hermosas e inquietantes palabras que hablan de palabras y de lo que estas pretenden decir. Algunos, incluso, hablan de sus miedos, de sus más íntimas sensaciones, de sus enfermedades. Vila Matas llega a confesar en El mal de Montano que el narrador sufre un mal que consiste en estar enfermo de literatura.

¿De qué sufre Elisa Rodríguez Court? De lo mismo. Es ella el mismo Lord Chandos; ella está escribiendo en su propio jardín rodeada de libros, de palabras. Y confiesa que está fuera de esa habitación rodeada de libros subrayados, anotados, interlocutores válidos, presentes. Habla y siente a través de ellos. Recurre a Juan Ramón Jiménez para declarar:

Yo no soy yo.
Soy esta
que va a mi lado sin yo verla,
la que pasea por donde no estoy.

Y luego escribe que en su habitación, y rodeada de sus libros se siente ella misma:

“Yo buscándome en los otros, porque solo leyéndolos soy capaz de forjar la propia voz... Releo pasajes y frases que he ido subrayando, así como mis anotaciones en los márgenes de las páginas. Elijo un tema y busco algún nexo entre las ideas a fin de elaborar un texto propio… Mi habitación es una mesa y una silla. Un espacio robado a la intemperie bajo la que vive Lord Chandos atrapado entre las estatuas. Leo y escribo. Lo hago no a pesar de la soledad sino porque la soledad es mi compañía”.

Y hace su confesión:

“Confieso que soy una cazadora de escrituras…. Yo, Beatriz, la narradora de este jardín de estatuas sin ojos, saco provecho de los escritores y permanezco invisible a sus ojos. Robo citas e ideas de libros. También versos. Me apropio de palabras y las conservo como si fueran mías, a la espera de alguna ocasión para darles otra vida en mis textos.” Para terminar, abatida entre las estatuas, igual que Lord Chandos: “Alzo la cabeza, escucho a lo lejos el trino de un pájaro solitario y después nada”.

sábado, 3 de noviembre de 2012

SUICIDIOS


Qué cerca se observan, de pronto, la pena capital y el suicidio. Leo las palabras de Dick, uno de los protagonistas de A sangre fría de Truman Capote, y parecen provenir del vecino de Granada que recientemente se ha suicidado poco antes de ser expulsado de su casa. Proclama Dick en el instante anterior a la ejecución de su condena a morir en la horca: "Me están ustedes enviando a un mundo mejor que el que jamás fue este." Son palabras que también pudo haber dejado escritas un valenciano, en paro de larga duración, antes de fracasar en su intento de suicidio saltando al vacío desde el balcón de la vivienda de la que iba a ser desalojada toda la familia.

El suicidio es el derecho inalienable de las personas a poner término a la propia vida que les pertenece. Sin embargo, la decisión del suicidio deja de ser un derecho cuando se convierte en una condena. La única salida que se contempla en el momento en que se niega el derecho del ser humano a la existencia. Subrayo el vocablo "existencia", mucho más acotado en su simple significado que el de "vida".


Existir tiene que ver, en principio, con la posibilidad de supervivencia, mientras que el término vivir encierra en sus entrañas un sentido más amplio. Un pasaje de Tolstói parece ilustrar esta diferencia. Acosado por pensamientos de suicidio en una etapa de su vida, escribe al principio de su Confesión: "Mi vida se detuvo. Podía respirar, comer beber y dormir; de hecho, no podía no respirar, no comer, no beber y no dormir. Pero no tenía deseos cuya satisfacción me pareciera razonable." La idea del suicidio procedía, por tanto, de su sensación de infelicidad, de su incapacidad para darle sentido a su vida.

No es el caso de las personas, cuyo número aumenta vertiginosamente, las cuales se ven abocadas al suicidio por la actual política que gestiona la crisis. Sin trabajo, sin medios para dar de comer a sus hijos y, finalmente, presas de la ley del desahucio, imposible respirar, comer, beber y dormir. Existir.

EL QUINQUÉ. Elisa Rodríguez Court.