sábado, 26 de enero de 2019

EL CRACK-UP




La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y seguir conservando la capacidad de funcionar, escribió F.S. Fitzgerald en El Crack-Up. Ser capaz, por ejemplo, de saber que ciertas cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo. Esa alta inteligencia a la que se refiere Fitzgerald incluye el afán y las ganas de vivir. No en vano aclara el escritor que fue a comienzos de su edad adulta cuando vio hacerse realidad lo improbable e incluso lo “imposible”. La vida parecía rendirse ante su inteligencia y su coraje. Eran largos días de ensueños y de heroísmos imaginarios.
Durante muchos años logró mantener en equilibrio el sentido de la inutilidad del esfuerzo y el sentido de lucha por sus propósitos e ideales, la convicción de la inevitabilidad del fracaso y la decisión de triunfar. Luego le llegó el derrumbamiento. Se dio cuenta de que se había desmoronado, confiesa con una enorme lucidez en El Crack-Up , texto donde dice haber odiado la noche por no poder dormir y el día porque se encaminaba hacia la noche.

Al margen de otras consideraciones, su conciencia del inevitable fracaso parece haber vencido al poder de su voluntad. Se rompió el equilibrio entre ambos. De forma prematura en su caso, pero suele ocurrir a menudo cuando se alcanza la vejez y se vive con menos ahínco. Eso pensé después de haber leído las palabras con las que Alice Munro se despidió hace años de la escritura. “Hasta aquí”, dijo. “Y no es que no ame escribir", puntualizó, "pero llega un momento en que tu modo de pensar la vida es distinto. Y quizás cuando tienes mi edad ya no quieres estar sola como debe estarlo un escritor." Una humilde despedida que contrasta con el resentido adiós de Philip Roth a sus setenta y nueve años: "He dedicado mi vida a la novela. He dejado fuera casi todo lo demás. Ya basta. Ya no siento ese fanatismo por escribir que sentía antes.”

Cabe preguntarse, de acuerdo a la filosofía de Fitzgerald sobre las dos ideas opuestas en la mente, si Roth decidió abandonar la escritura o si la escritura lo abandonó antes a él.





FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.

jueves, 24 de enero de 2019

`LA PIEL DE IRLANDA´ : CUATRO FRAGMENTOS





Bellas imágenes ocurrentes y una escritura elegante y fluida caracterizan esta novela de Isabel Verdú Arnal. Un largo viaje desde Barcelona a París y Londres que desemboca en Irlanda, en cuyo corazón se interna la protagonista. Ella busca pistas que den algún  sentido a la vida que ha llevado un familiar desaparecido, pero en el proceso de búsqueda se va enfrentando a su modo de conducir la propia existencia mientras se va desposeyendo de sí misma en un intento de renacer de sus ruinas.
La piel de Irlanda es, a la vez  que una inmersión en la diversidad cultural de Irlanda, un viaje literario en el que, entre otras figuras, destacan James Joyce y Enrique Vila-Matas.       




CUATRO BREVES PASAJES DE LA NOVELA:


Que todo esto se detenga, ojalá no sea sino una novela, me decía a menudo, corazón al galope. Pero el caos invadía la trama, los personajes carecían de una jerarquía clara, y todo parecía agitado, difícil, oscuro.




Pero hay otra manera de estar de paso, y es la del funambulista en el vacío; la de quien sigue una línea pero sin haber decidido hacia dónde; la de quien adelgaza su persona a medida que avanza, como si estuviera a punto de desaparecer.




Cierto, aunque nada tenga sentido habrá que tratar de ahondar en el sinsentido hasta el final. 




El arte es magia liberada de la mentira de ser verdad. No quiero estudiar arte. Quiero que mi vida se convierta en arte.





(La piel de Irlanda, Isabel Verdú Arnal. Editorial Verbum. Madrid, 2018.) 





miércoles, 9 de enero de 2019

UNA CASA VACÍA




Parece difícil responder a la pregunta acerca de qué se puede meter o no en un texto literario. Fácil es contestar que cabe introducir todo lo que resulte congruente con la obra, porque en realidad no se está clarificando nada. Mario Levrero intentó aproximarse al asunto situándose en una etapa previa a la escritura, en el momento en que el escritor está sentado ante la pantalla. Cuando se da la página en blanco, escribió, no es por falta de temas, sino por exceso de temas que compiten entre sí. El problema que se le plantea al escritor no sería entonces qué escribir sino qué no escribir. Desde esa perspectiva imagino la escritura de ficción como una casa vacía que se va habilitando con el mejor estilo para vivir en ella.

La imagen de la casa vacía me trae a la memoria una carta de Coetzee a Paul Auster en el libro Aquí y ahora, que comprende la correspondencia entre los dos escritores desde 2008 a 2011. En un pasaje de la carta expresa Coetzee su modo de operar en la escritura. Dice: "La habitación en que se desarrolla mi acción ficticia es un sitio muy desnudo, un cubo vacío, de hecho; solo le incorporo un sofá si va a hacer falta (si alguien va a sentarse en él o mirarlo), y después el mueble con el cajón superior izquierdo donde están los cubiertos, sin el cual no podemos tener el cuchillo con el que la heroína ha de untar la tostada de mantequilla.”

En la misma dirección parece haber obrado Yasunari Kawabata. Escribió un sinfín de cuentos que cabían, como él afirmó, en la palma de una mano. En ellos incorporó con una medida cóncava lo esencial. Todavía más, tres meses antes de suicidarse redujo su célebre novela País de nieve a un relato breve. Realizó una miniaturización del libro, convirtiendo parte de su contenido en una sucesión de escenas, con ánimo de sustraerle los elementos accesorios. Procedió de igual manera en el instante anterior a la creación de una obra y a posteriori. No hizo otra cosa que entregarse de lleno, como hacen los verdaderos escritores, a su oficio. Se concentró en el material indispensable para descartar primero, y borrar luego, el material innecesario.



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.