jueves, 21 de abril de 2016

`DON DE LENGUAS´, DE ALFONSO BREZMES

Excelente libro de poemas de Alfonso Brezmes, donde está todo lo que no está...


                                                                                          
                                                     "Y escribir para inventar
                                                      un tablón donde agarrarse
                                                      en medio del naufragio."
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                                                    "En cada amor el mundo
                                                      se salva del naufragio."                             ----------------------------------------------------------------------------------------------------




SEGUNDA PIEL

Lamiendo mis heridas
descubrí las cicatrices
que había olvidado
bajo la piel que nos nace
cuando a veces morimos
y nadie nos entierra.




VÍA MUERTA

Odio la punta de mi lengua:

ese lugar extraño de mi cuerpo,
esa estación fantasma
a la que siempre
está a punto de llegar
esa otra lengua que no llega;
de la que siempre
está a punto de salir
ese poema genial
que siempre escribe otro.






ECONOMÍA EXPRESIVA

Un lenguaje menor
para decir apenas

lo que cabe en un post-it:

-Creo que va a llover-
-Recoge a los niños-
-Te quiero-
-Me voy para siempre-
-La comida está en la nevera-.






HIPÉRBOLE

Mírame: soy

la triste miniatura
de un ser gigantesco, 
réplica exacta
de alguien que,
detrás de la página,
vive y siente
por mí.



Don de lenguas. Alfonso Brezmes. Editorial Renacimiento. Sevilla, 2015.


domingo, 17 de abril de 2016

EL SILENCIERO






El silencio se ha convertido en algo extraordinario. Resulta maravilloso cuando desde muy lejos,  durante unos días de descanso en un lugar apartado, se oye solo el eco del ladrido de cualquier perro. En la vida ordinaria no hay forma de protegerse del ruido, de su asedio. El ser humano es un hacedor de ruidos. Estar en el ruido es la consigna y símbolo de la vida y lo actual, lo que pesa y acredita. Hay que mostrarse tolerantes con los ruidosos, se da por hecho, y compasivos con quienes temen la soledad. El silencio, se supone, pertenece al reino de los muertos.

No hay manera de escapar de los ruidos, piensa también el silenciero, protagonista de la novela homónima de Antonio Di Benedetto. En este libro de excelente sobriedad estilística se narra su obsesión por eliminar el ruido que lo persigue. Su búsqueda de silencio se vuelve objeto de locura. Incluso su amigo íntimo le reprocha sentir ruidos metafísicos que alteran su ser. Es un incomprendido, cuando en realidad su lucha consiste en pretender vivir la propia vida y no la vida ajena, impuesta. Le ocurre como al poeta de un breve cuento que se narra en esta novela. El poeta vive entre la casa de un herrero y la de un calderero. No logra concentrarse. Martirizado por los ruidos de ambos, les da dinero a los dos para que se muden. Ellos aceptan y cumplen: el calderero se muda a la casa del herrero y el herrero se instala en la casa del otro.

Antonio Di Benedetto cuestiona, en el fondo, la mundanidad superficial y la noción de comportamiento irreflexivo casi programático. Transigir y aliarse con el mundanal ruido, parece insinuar, implica perder la propia marca de agua. Es una rendición que se traduce también en términos de lenguaje. “¿Le agradó mi fiesta?”, preguntó al silenciero el dueño de la casa donde estuvieron el día anterior festejando. “Sí”, contestó el primero, que acudió por obligación. “Pero él y yo notamos que no era suficiente y solo entonces redondeé un conformismo”, añade. “Sí, mucho”, terminó diciendo. Sabía que consumaba así su derrota.

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.         


domingo, 3 de abril de 2016

LETRAHERIDOS





Nadie, excepto las personas no interesadas en la literatura, puede negar la perfección de esos interlocutores que son los libros. Se leen de forma ininterrumpida y ellos no se cansan. Se les abandona al propio gusto y ni se enteran, ni protestan. Los paseamos por nuestra mente cuando han sido leídos y no lo saben. Somos entonces los lectores quienes ajustamos cuentas con nuestras ideas, con nosotros mismos. Nos persiguen mentalmente fragmentos y anécdotas y frases y palabras que dejan de pertenecer a sus autores y a los personajes. ¿O acaso las voces digeridas de los libros no pasan a formar parte del tejido imaginario de nuevos usuarios? Ahí permanecen, diluidos en una especie de palimpsesto que conforma una “familia espiritual”. Tal vez por eso nos despierten antes la admiración aquellos escritores no solo capaces de incitarnos a leer su obra, sino  también la de sus escritores favoritos.
Para lectores empedernidos no hay quizás mayor placer que la expectativa de hacerse con libros. Acercarse a la librería se convierte en una auténtica aventura. Difícil en esa visita deslindar lo que queremos obtener y lo que debemos ignorar. Ante la exposición de libros que nos gustaría llevarnos no queda más remedio que elegir. “Mi deseo de posesión”, escribe Julio Ramón Ribeyro en La tentación del fracaso, “se dispersa no sobre varios libros posibles sino sobre todos los libros existentes. “ La adquisición de uno significa, visto así, no un libro más sino muchos libros menos.

Tal vez la lectura nos produzca con frecuencia una sensación parecida a la de escritores que celebran y lamentan a la vez los frutos de su trabajo literario. Escribe en sus diarios Julio Ramón Ribeyro que el año 1964 fue fructuoso para él. Cita las obras que ha conseguido terminar, pero lo que a él le fascina, añade, es la otra cara de la medalla: “lo que he dejado de hacer, lo que salió mal, lo que no tuvo eco, lo que fracasó. Todas las realizaciones citadas tienen su lado lúgubre.” 

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.