domingo, 23 de junio de 2013

FUMAR LA VIDA



Se dice que es fácil dejar de lado el cigarrillo. Lo difícil es mantenerse después sin fumar. No parece que el motivo sea solo un problema de adicción física. De esta, según los expertos, se desprende el cuerpo a los pocos días. Lo terrible es la dependencia psicológica, se afirma, cuestión que comparto pero considero insuficiente para explicar el apego de los fumadores al tabaco. 

Me atrevo a decir que dejar de fumar implica tener que variar hábitos importantes. Cambiar parte de nuestro modo de vida. De ahí que cuando tomamos la decisión y abandonamos el cigarrillo, se paralice nuestra existencia. O al menos interiormente nos sintamos bloqueados. También irritables y angustiados. Cómo seguir llevando la misma vida sin ese compañero tan fiel con el que hemos compartido todo, absolutamente todo, incluso en el váter. De él no hemos recibido quejas ni tampoco nos ha impuesto exigencias.

Viene todo esto a cuento, entre otros motivos, porque he leído al respecto un pasaje, no exento de ironía, de Saliendo de la estación de Atocha, novela de Ben Lerner. Porque me parece clarificador, quisiera compartirlo. 

Cuenta el protagonista, un aspirante a poeta, que para él el cigarrillo “era una tecnología indispensable, un sustituto del habla en situaciones sociales, un modo de ocupar la boca y las manos cuando estaba solo, una técnica de respiración profunda que convertía en material la exhalación, un modo de medir o de pasar el rato." Continúa diciendo: 

"Era una motivación y una transición prefabricadas, un modo de acercarme a o de alejarme de un grupo de gente o tema, de entrar o salir de una habitación, de unir o puntuar una frase. Lo más difícil de dejarlo era perder la función narrativa; sería como quitar los teléfonos o los periódicos de las películas de la época dorada de Hollywood; no quedaría nexo posible entre las escenas, ningún modo de hacer circular la información o salvar las distancias”.

El cigarro es un amigo, un motivo, un pretexto, una plataforma, un encubridor de insatisfacciones, un paréntesis.  Todo eso y más, pero también, ay, un puente hacia la muerte.

jueves, 13 de junio de 2013

EL ARTE DE LO NEGATIVO



A veces la vida está por debajo de la vida, proclama uno de los personajes de la obra de Enrique Vila-Matas. Me acuerdo ahora de esta cita después de asaltarme de pronto la idea de que en la actualidad, con sobreabundancia de publicaciones, la literatura suele estar por debajo de la vida. Es este el motivo principal que me lleva a abstenerme de leer novelas que se limitan a contar correctamente historias trilladas. 
Cuán cansina me parece la lectura de un libro incapaz de lograr que ocurran cosas más allá de lo que se dice. Me aburren las novelas a las que no atraviesa la posibilidad, o si lo que dicen no resuena simultáneamente a varios niveles potenciales.
Escribo lo anterior una vez que he terminado de leer Saliendo de la estación de Atocha, novela del joven escritor Ben Lerner recomendada por Vila-Matas. El protagonista, un aspirante a poeta, concibe la hondura de la creación literaria como "un efecto sentido de su incomunicabilidad". De ahí que manifieste con insistencia que sus poemas no tratan de nada. Es una afirmación que camina en la misma dirección que la escritura de Vila-Matas, entendida como un tapiz que se dispara en muchas direcciones. Un viaje al fin de la noche.
La trama puede tener mayor o menor presencia, pero se vuelve un motivo para contar otras cosas. Es lo que interpreto cuando leo sobre la vía Finnegans con rostro Hire, propuesta de Vila-Matas en Chet Baker piensa en su arte. Esta entronca con la literatura que, más cerca del corazón de las cosas, prefiere desplegar el arte de lo negativo. Según Vila-Matas, adentrarse en el incomunicable "núcleo duro de lo esencial, la nebulosa del ser verdadero, la bruma de la identidad profunda que es siempre extraña y extranjera."
Esta es la literatura con la que me identifico. Me permite conectar con "la máquina blanca de la vida", expresión que leo en la novela de Ben Berner donde las referencias se escapan vilamatianamente para ofrecer nuevos sentidos. Es cuando entonces celebro que la literatura no esté por debajo de la vida. Tampoco por debajo de sí misma.

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS

lunes, 3 de junio de 2013

LA PRECISIÓN DE LA PALABRA: “LA TRANSMIGRACIÓN DE LOS CUERPOS”, DE YURI HERRERA


Es cierto que casi siempre las novelas son demasiado largas, tal y como afirmaba Jules Renard. En el caso de La transmigración de los cuerpos, del escritor mexicano Yuri Herrera (Actopan, 1970), ocurre todo lo contrario. En esta novela parece medirse cada una de las palabras. No solamente su lenguaje es de una precisión encomiable, sino parece hablar con una voz venida de otra parte. Con esta expresión en cursiva aludo de forma intencionada al título de un libro de Maurice Blanchot, porque La transmigración de los cuerpos, en la medida en que me sumergía en su lectura, me iba transportando a unas palabras de Blanchot sobre ese lenguaje que “no toma apoyo en algo que ya existe, ni sobre una verdad vigente, ni sobre el mero lenguaje ya dicho o verificado”.
La lengua de Yuri Herrera en esta novela se me aparece como un comienzo. Un nuevo empezar a dar nombre a una realidad que solo conocemos mediatizada por un lenguaje tan totalitario como trillado. Esa realidad textualizada que en el ámbito particularmente periodístico denunciara en su momento Karl Kraus.  
                                                      

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