jueves, 19 de abril de 2018

ESCRITORES JÓVENES


                                                    


 Para ser escritor no se precisa sacar un título. No hay puerta por donde se entre a la escritura, como no existe ninguna que dé entrada a la vida. Escribir no convierte, sin embargo, en escritor a la persona que escribe. Tampoco la práctica de la escritura, aunque se prolongase en el tiempo y obtuviera un reconocimiento público, concede al individuo un grado de veteranía ventajosa. Se sabe de escritores cuya obra es de pésima calidad y, no obstante, gozan de un éxito mediático solo explicable en el contexto del actual mercado.

 Hoy pierde valor la idea de la literatura como excelencia y prevalece el desprecio por la lectura literaria. No resulta extraño, puesto que el libro se considera un producto más de mero entretenimiento. Al alcance de todos, se socializa en igual medida en que se degrada. De ahí, entre otros factores, la necesidad de profundizar en el debate abierto sobre la banalización de la ficción literaria.

Concurre hoy una variante de ese debate que no es ajena a la literatura y, sin embargo, parece carecer de interlocutores claros en el ámbito literario. Afecta a un alto número de excelentes escritores jóvenes que no consiguen publicar. Incluso muchos escritores consagrados gracias a la grandeza de sus obras suelen intervenir poco o nada en el tema. El panorama no puede ser más desolador: la dificultad de encontrar una editorial, el ánimo de lucro encubierto de editoriales que publican manuscritos a precio de oro y ni siquiera colaboran en la posterior distribución de los libros, concursos literarios manipulados por camarillas, amiguismo y exclusiones sectarias, ausencia de promoción y uso de zancadillas, toma de decisiones por parte de personajes no pertenecientes al espacio literario y silencio
de los medios…

No vale decir que si una obra es buena termina viendo la luz. Mentira. Me parece, además, una impostura suponer que los escritores jóvenes que no logran publicar deben contentarse con el ejercicio de la escritura, casi tan sagrada para su vida como el hecho de respirar.