Da gusto
leer libros como Por un relato futuro, de Ricardo Piglia. Son
conversaciones que este escritor mantiene con Juan José Saer sobre literatura.
Ambos interlocutores despliegan una hermosa sabiduría, antídoto contra la
banalización de la creación literaria. Lectores empedernidos, dialogan acerca
de las tradiciones literarias múltiples y su relación con la llamada
vanguardia, las diferentes poéticas de novela, la ficción y los diversos
materiales y procedimientos narrativos, etc.
Cuando les toca el turno de hablar de sí mismos se muestran muy cautos. Se les
pregunta en qué autores y en qué tradiciones se reconocen. Los escritores en
los cuales uno se reconoce son aquellos que algunos lectores pueden identificar
en la obra de uno, dice Saer. Piglia declara que “a menudo uno tiene una noción
de cuáles son, imagina o quiere que sean sus tradiciones, pero no
necesariamente esa es la experiencia que hacen aquellos que leen la obra que
uno escribe.” Ambos coinciden en que no siempre, de ninguna manera, lo que uno
dice es lo que sucede cuando se escribe. La última palabra la tienen la obra y
los lectores, los cuales desempeñan un papel importante en la literatura.
Contrastan las opiniones y la actitud de estos dos grandes escritores con la
falta de conocimientos literarios y de modestia que muestra en la actualidad un
sinfín de autores de libros. ¡Cuánta gente presume saber escribir sin apenas
haber leído! Enaltecidos, además, muchos de los autores por el marketing, se
les presenta a bombo y platillo como el último nuevo Marcel Proust o Roberto
Bolaño. Con el propio consentimiento y sin escrúpulos a la hora de
vanagloriarse de su capacidad para combinar el oficio de la escritura –fácil y
rápida- con una vida plena en el seno del mundanal ruido.
No sería, por tanto, mala idea proponer con urgencia una normativa de
prescripción inversa. ¿En qué consistiría? Entre otros, decretar el respeto a
un prudente paso del tiempo para poder enjuiciar la valía de una obra. Así se
respetaría también a los lectores. De paso, asimismo, a nuestros antepasados,
escritores excelsos que se merecen un lugar en la literatura.