domingo, 23 de diciembre de 2018

ACASO SÓLO UNA FRASE INCOMPLETA




Acaso sólo una frase incompleta
es el sugerente título del libro de Eugenio Padorno recién publicado por la editorial Mercurio. Una obra maestra de poesía reunida que abarca medio siglo, desde 1965 hasta 2015. El título parece insinuar una fatal distancia entre la luz –verdadera e inalcanzable– y las limitadas posibilidades del poeta para captarla en su oficio. Nada sabe la luz de los cantos de la luz, pero es “cruel que el hombre envejezca en la casa que un día levantó sin haber comprendido sus sombras”, escribe Eugenio Padorno. Él vive para pensar y escribir, no al revés. Ante el mundo como caos que otros poetas intentan acomodar a su voz con el fin de huir de lo inexplicable, su apuesta literaria radical se aleja de cualquier promesa consoladora.

No se puede alcanzar la totalidad, pero lo indecible, parece suscribir Padorno, le será dado al poeta en su quehacer –lugar de fusión del ser y de la sustancia de lo poético– a través de vagas aproximaciones. Eugenio Padorno habla de alternativas textuales posibles para aproximarse a la totalidad tan buscada como impenetrable. Su apuesta literaria pasa entonces por asumir de antemano una derrota y el exilio del poeta, requisitos para emprender la búsqueda de algo que precisa todavía de forma y que debe enfrentarse, como escribe Jorge Rodríguez Padrón en el excelente prólogo del libro, a la complejidad de lo anterior a ser dicho.

Eugenio Padorno se desvive por la verdad que la poesía debe ser. No es representación, ni redecir las cosas dichas, ni dar nuevas palabras a lo que se conoce. La poesía es posibilidad creadora, “lo que aun avizorado, carece de lugar y no existe como realidad verbalizada”. Y el poeta, parte del misterio que él se afana en descubrir y habitante del poema donde se deja la vida, es un indagador de lo inexplorado y desconocido. Porque Eugenio Padorno no se engaña, escribe: “No importa cuantas veces me diga //Que soy libre… Nunca podré escapar // De las preguntas de esta Luz.” 



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.  





sábado, 8 de diciembre de 2018

CONCURSOS LITERARIOS

                                                            Imagen de Pedro Guerra


No parece extraño que los escritores se pregunten si los concursos literarios son limpios. Cuando concurren con una obra a un premio piensan a menudo que el resultado del certamen podría haberse decidido previamente. No trato de generalizar. Hay premios literarios que se libran del amaño, pero la desconfianza y la incertidumbre que experimentan los escritores están, creo, del todo justificados.

A veces se conforman con la posibilidad de quedar finalistas y así poder negociar –nunca mejor empleado este verbo– con alguna editorial la publicación de su obra en circunstancias menos desfavorables. De todos modos, cabe también preguntarse si la figura del finalista en concursos donde intervienen editoriales no es en muchos casos un invento con ánimo de lucro. Una maniobra dirigida a la promoción de la editorial y a la captación de nuevos escritores. Con la convocatoria de un certamen literario dan a conocer los editores su empresa y atraen a posibles candidatos que se someterán luego a condiciones despiadadas. Encima, los finalistas, emocionados por haber arañado el premio, podrían contactar con la editorial y conseguir la publicación de sus manuscritos. Quizá obtengan a cambio una pequeña rebaja económica.
  

Motivos sobran, sí, para que los escritores que presentan sus obras a concursos literarios desconfíen y se sientan defraudados. De entrada, no tienen la garantía de que el jurado lea sus manuscritos. Un comité invisible de expertos sin nombre se encargará de realizar la primera gran criba. Nadie sabrá, ni siquiera al final del proceso –nunca mejor empleado el sustantivo, gracias a Kafka–, quiénes son sus miembros y cómo han sido nombrados. Sobre un puñado de técnicos desconocidos recae la decisión más importante del certamen: la selección de obras que pasan al jurado encargado de valorarlas y de premiar una entre las finalistas. Atrás quedarán otras, la mayoría, que tal vez habrían obtenido una valoración alta del jurado. Eso, claro, en el supuesto caso de que no haya una confabulación para conceder el premio a un manuscrito antes de comenzar el concurso.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.




sábado, 1 de diciembre de 2018

UN EXTRAÑO RESPETO



"La oyó sollozar muy bajito, con un gemido largo y monocorde”. Así suena la angustia de Ora, protagonista de La vida entera. Quien la escucha es Abram, uno de los dos hombres a los que ama. En su adolescencia, durante la guerra de los seis días, los tres compartieron una experiencia extrema. Eso los dejó atados para siempre.

 Ahora la mujer recorre a pie todo Israel, medio enloquecida por una especie de sinvivir: el miedo a la muerte de un hijo, reclutado para una misión de alto riesgo. En su viaje se mezclan la determinación con el extravío, la irracionalidad con el afán de encontrar o denegar sentido a casi todo: a su propia vida, a la de sus hijos, al sobresalto de vivir como en suelo minado, sustrayendo lo mejor de sí misma al odio y a la muerte.
Abram se suma al viaje. Van como heridos los dos por un mismo rayo: zarandeados, enceguecidos, erráticos.

Él, oyéndola llorar, recuerda los días de su cautiverio. Pero no es el horror de la prisión egipcia lo que resurge, ni los salvajes suplicios que casi alcanzaron a convertirlo en un guiñapo, sino la figura enclenque de otro prisionero. Y sus gemidos nocturnos, que lograban exasperar a todo el mundo. 
Sentados hombro con hombro en el corredor de las torturas, Abram y el otro habían podido hablar. Aquel hombrecillo -nos revela el autor de la novela, David Grossman- “lloraba de celos porque presentía que su novia no le era fiel”.

Con sus gemidos sordos y sin fin, Ora y el soldado enclenque nos desvelan la inexpugnable intimidad del sinvivir. Frente a eso nada pueden los tanques, ni las picanas, porque el sinvivir comparte sitio con los sueños, las esperanzas y los fervores, acorazado allí donde la vida late con más fuerza. Por eso Abram, ensimismado en el daño inteligible y objetivo de la guerra, queda perplejo ante la pujanza de otras torturas que no entiende. Y sólo acierta a sentir, nos dice Grossmann, “un extraño respeto”.



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.






jueves, 22 de noviembre de 2018

REALIDAD SOBREVALORADA


Albinus, protagonista de Risa en la oscuridad, novela de Nabokov, es crítico de arte y experto en pintura. A menudo, cuenta el narrador en el libro, se divierte atribuyendo a diferentes pintores los paisajes y rostros que descubre en la vida cotidiana. Desea convertir su existencia en una espléndida galería de arte. Pasea por la ciudad y ante sus ojos aparecen seres y se suceden escenas que imagina han pintado auténticos maestros.

Su mirada parece dotar a la creación artística de capacidad para construir hechos reales. Su visión se enfrenta, pensé mientras leía el libro, a la idea bastante extendida sobre el arte como copia de la realidad. Si acaso, contestaría tal vez Albinus a la mayoría de las opiniones, esa cosa llamada realidad no es sino un reflejo del arte, verdadero motor del mundo de lo real. Su posible observación, entendida ahora de manera simbólica en este texto que escribo, podría aplicarse también, creo, al ámbito de la creación literaria.

Cansa tanta charlatanería en torno a la literatura basada supuestamente en hechos reales. Se estima con frecuencia que las novelas son más valiosas y fiables cuando se fundamentan en acontecimientos que ocurrieron en algún espacio localizado en el tiempo y en el mapa. Además de la contradicción implícita en la expresión “novela realista”, porque la realidad es una cáscara vacía cuyo contenido se obtiene de lo que cada cual entiende por ella, ¿no está quizá sobrevalorada la realidad?

Del mismo modo que Albinus concibe un mundo al estilo de determinados maestros y plasmado con los matices que ellos mismos encontraron, cabe la posibilidad de emprender nosotros, individuos corrientes, una aventura similar. Sería fascinante asistir en la vida, por la calle, a situaciones recién salidas de un cuadro o una pieza musical, de las manos de un escultor o de una obra literaria. Sin embargo, solo con el propio soporte imaginario no se consigue apreciar esos momentos. Se requiere una interiorización del arte y para poder interiorizarlo parece imprescindible armarse de un conocimiento exhaustivo, en la actualidad tan devaluado.




FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.

lunes, 29 de octubre de 2018

PARA QUÉ SER FELIZ





Uno siempre está solo, pero a veces está más solo, escribió la poeta Idea Vilariño. Sobran motivos para la desdicha. Sin embargo, la infelicidad, y con ella la tristeza, está hoy desacreditada. Se empeñan en vendernos la idea de la felicidad como principal objetivo en la vida. Nos bombardean a diario con recetas para ser felices. Con un planteamiento así se le da la espalda al dolor, un ingrediente insoslayable de la condición humana y una fuente de verdades. Se sitúa, además, la felicidad al alcance de la mano. Pero qué cosa se obtiene cuando se es feliz es lo que desea averiguar la niña que protagoniza una novela de Clarice Lispector.

La niña está en clase de lengua y, aparte de preguntarle a su profesora qué cosa se consigue cuando se es feliz, quiere saber qué pasa después de que se es feliz. ¿Qué ocurre después? insiste, ansiosa por conocer una respuesta. Puedo imaginarme la cara de sorpresa que pone la profesora en el momento en que su alumna formula mejor su acuciante consulta y pregunta a gritos para qué se es feliz. La sugerente escena del libro no solo cuestiona, o eso me parece a mí, el vacuo término felicidad, sino también discute la consideración de esta como objetivo.

La escritora Natalia Ginzburg, vuelvo a recordar ahora, no tuvo reparos en darle la razón a la gente que la creía infeliz. Más cierto para ella era, sin embargo, que no pretendía ser menos infeliz escribiendo. Procuraba, por el contrario, escribir a pesar de su infelicidad. Ni la escritura era su terapia, ni ella escribía para consolarse. Intentaba escribir, dijo, sin dejar que su infelicidad enturbiara e hiciera enfermar las cosas que escribía. Aunque “para llegar a ese punto”, matizó, “es necesario que la infelicidad no sea en nosotros una pregunta lacrimosa y llena de ansiedad, sino una conciencia absoluta, inexorable y mortal".

Son palabras que podría haber escuchado la niña del libro de Clarice Lispector si la profesora no le hubiese ocultado que también los patos pueden ser muy felices en su sucio charco cuando no conocen el mar.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.



domingo, 14 de octubre de 2018

DEFENSA DE LA BREVEDAD


Pierre Michon tardó ocho años en entregar su obra La Grande Beune a la editorial. Precisó ese tiempo para darse cuenta de que a su texto le sobraban dos terceras partes. Necesitaba aligerarlo. Al final dio a publicar solo un tercio de las páginas que había escrito. Lo cuenta en Llega el rey cuando quiere, excelente libro que, editado en Wunderkammer y traducido por María Teresa Gallego Urrutia, recoge entrevistas realizadas a este escritor. Michon no se corta un pelo y se muestra autocrítico, divertido, ingenioso y provocador en sus respuestas, cuyo hilo conductor es tal vez su defensa de la brevedad en la escritura literaria. No en vano censura la novela concebida como cajón de sastre atestado de digresiones, peripecias, diálogos, sucesos y aventuras en detrimento de la voz y del enunciado que se ahoga, dice muy gráficamente, al ponerle demasiada agua al caldo.

Razón no le falta. ¿Acaso no se publican hoy, en nombre de la supuesta ductilidad de la novela, libros cortos de aliento y carentes de valor literario? 
Pierre Michon denuncia los libros gruesos, donde cabe todo, que tanto gustan al mercado y que, con un exceso de acción y acontecimientos relativos y arbitrarios, hacen que la novela pierda, por el camino, el potencial energético de la prosa.

Recurre a una metáfora farmacéutica para explicar el cajón de sastre en que se suele convertir la novela. Establece un símil entre un medicamento que contiene 0,5% de penicilina y 99,5 de excipiente y entre la novela tal y como se hace cada vez más en la actualidad: un excipiente enorme en que se ha perdido la penicilina. Contesta, además, con humor a los hipócritas que le suelen preguntar para cuándo esa gran novela suya: “Está muy claro, si un día puedo conservar intacto y sin manipulación mi potencial enunciativo durante trescientas páginas, no me negaré a ello; lo que pasa es que me da miedo estar ya con una transfusión de vena cuando llegue a la página trescientas.”
Considera que para escribir y perseverar en la escritura hay que querer perforar una pared y creer que las palabras le abrirán una brecha.




FUENTE: EL QUINQUÉ: LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.



martes, 2 de octubre de 2018

AMAR LA LITERATURA



Yo recordaba de otra manera la escena del libro. Nueve o diez años atrás había leído la novela Hoy, Júpiter, de Luis Landero. Desde entonces retuve en la memoria una cita que el olvido no alcanzó a borrar. Sin embargo, con el transcurso del tiempo cambié un poco el escenario donde el protagonista, un joven escritor, rememora un momento de su pasado cuando era adolescente. En mi mente quedó grabada una comida familiar interrumpida por una fuerte discusión. Todos arremeten contra el chico, él se levanta de la mesa muy enfadado y les lanza las palabras que me resultan inolvidables: “Me voy a leer a mi cuarto para siempre.”

Hace días busqué y encontré la escena en la novela de Luis Landero. Me pareció curioso que yo fantaseara con una discusión que no ocurrió. En realidad, a los postres de la celebración familiar, el adolescente dijo de pronto: “Me voy a mi cuarto a leer.” Enseguida se levantó y se vio en el espejo del aparador. Le pareció que en su cara había una expresión grave, más propia de un adulto. Todos lo miraron entre irónicos y extrañados por el tono solemne que había usado para una frase tan banal. “Me voy a leer”, repitió como si se despidiera para un largo viaje.

 Tal vez mi fantasía añadió una discusión al fragmento del libro, e incluso inventó conversaciones corrientes y aburridas durante la comida familiar, porque así resaltaba la distancia entre la gris realidad y la literatura como hipótesis de vida. Al fin y al cabo, el chico va luego a su cuarto, se entrega de lleno a la lectura y se dice: “Este es mi mundo”. Imaginó que en él podría ser humilde y poderoso, rey y vasallo, mendigo y donador. Podría ser otros. Leía sin detenerse y el libro, con su bullicio de imágenes, personajes, conflictos en marcha y palabras ansiosas por significar, era en sus manos algo vivo y palpitante como un pájaro. Entonces pensó que lo que tendría que haber proclamado al levantarse de la mesa es: “Me voy para siempre a leer.” 


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.https://www.laprovincia.es/opinion/2018/09/29/amar-literatura/1102184.html

martes, 18 de septiembre de 2018

CITAS ININTELIGIBLES

                                             

El escritor Alberto Savinio comienza su libro Maupassant y el otro con una frase sorprendente: “Maupassant, un verdadero romano.” Supe, nada más leerla, que formaría parte de las citas ininteligibles que no mueren en mí después de acabar la lectura de los libros donde las descubro. Siento una extraña atracción por frases enigmáticas e incomprensibles. Aparecen ante mis ojos como portadoras de un lenguaje cifrado, en cuyo misterio se encierra un conjunto de sentidos potenciales. Su naturaleza ambigua se vuelve un incentivo para seguir rumiando posibles significados a la espera de cristalizarse. Nada importa que no lleguen a significar algo en concreto. Estimulan la reflexión y hacen que la mente se mantenga en movimiento, despierta.

Aquello que no se comprende, me digo, deja huella y abre un fabuloso mundo de posibilidades. Al fin y al cabo, entender es una manera de encorsetar la realidad, de someterla a los esquemas predeterminados de la limitada percepción humana.
La frase del libro de Alberto Savinio es un epígrafe perteneciente a Ecce homo, de Nietzsche. Deja todavía más perplejos a los lectores porque, como escribe Savinio, los epígrafes se ponen a la cabeza de escritos para esclarecer de forma escueta su contenido. Considera, sin embargo, que el epígrafe de Nietzsche ilumina tanto mejor la figura de Maupassant cuanto que no se comprende lo que quiere decir. Esa absurda definición que llama “romano” a Maupassant, añade, suscita un mayor interés hacia este que una definición exacta o menos superficial.

Quizá Nietzsche no quiso decir nada en particular, apunta, y pregunta con una buena dosis de ironía: “¿Me entenderá el lector si  digo que cuanto más se dice es no diciendo nada?” No en vano el epígrafe de Nietzsche quedó para siempre grabado en su memoria desde que leyó Ecce homo, treinta y cinco años atrás, y a partir de entonces le fue imposible pensar en Maupassant sin pensar al mismo tiempo: “un verdadero romano.”


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.



sábado, 1 de septiembre de 2018

BUSCADORES DE FORMAS


El oficio de los escritores guarda tal vez alguna semejanza con el trabajo de los topógrafos. Cómo negar ciertas similitudes entre la actividad de aquellos, ante la pantalla en blanco, y la de estos profesionales que, entregándose a la exploración de las peculiaridades que presenta un terreno, lo delinean y describen. O quizás quiera yo ahora representarme así el quehacer literario, inspirada por la imagen del topógrafo que protagoniza Lento regreso, novela de Peter Handke. Aislado del mundo y sin apenas contacto con la gente, se convierte en un afanado buscador de formas en un extenso lugar de naturaleza salvaje. 

Examina el espacio durante meses y las formas que descubre se aparecen ante sus ojos como realidades simultáneas. Le sorprende la particularidad de todo lo que ve o imagina. Se maravilla de las cualidades únicas de cada acontecimiento en ese campo ilimitado donde las cosas se presentan de manera sincrónica en su mente y donde se borra el paso del tiempo.

Cuestiona entonces sus técnicas para aprehender y describir el paisaje. También sus métodos de representación del tiempo y de los espacios. Llega incluso a sentir vértigo por tener que pensar la historia de los movimientos y las formaciones del globo terráqueo en una lengua creada a partir de la historia de la humanidad. Esboza, en el fondo, un conjunto de interrogantes que podrían trasladarse, creo, al ámbito de la creación literaria. O tal vez se trate de un trasvase cuya necesidad responde solo a mi cansancio de cierta literatura tan en boga, sustentada en la lógica unidireccional de los acontecimientos temporales.

¿Por qué no tender a una narrativa capaz de contar sucesos espaciales múltiples como se evocan en un cuadro? Ver una realidad indefinida en la que concurren acontecimientos, en lugar de concebir una sucesión de hechos enlazados mediante relaciones de causas y efectos. Puede que ese modo de proceder acerque más la literatura al arte que prescinde de la palabra y busca formas sin establecer entre ellas una unidad artificial.



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.





sábado, 25 de agosto de 2018

CUATRO FRAGMENTOS DE `LA RANA DE SHAKESPEARE´, DE RICARDO REQUES



                          La rana de Shakespeare, Ricardo Reques. Editorial Baile del Sol.


Cuatro fragmentos breves de esta novela consistente en un largo viaje insomne que realiza un investigador de anfibios en vías de extinción por las profundidades del norte de Argentina y que se convierte en un retrato de la naturaleza humana -frágil y a la vez terriblemente destructiva-, escrito en diferentes registros que trascienden con acierto el estrecho concepto de género literario y en el que, además de darse una ósmosis entre literatura y ciencia, se deslizan, de forma natural en consonancia con la trama, abundantes referencias literarias:  



"El mundo es del tamaño de lo que recorres, su extensión se limita a lo que has visto y vivido. Nada más. Pero no es todo lo que recorres, solo lo que recuerdas de ese recorrido."


"Quién sabe si ahora, en este preciso momento, los anfibios nos están advirtiendo de algo que está pasando en todo el planeta y cuyas consecuencias aún no podemos imaginar. Quizás la muerte de las ranas se parezca mucho al leve movimiento de las ramas cuando el bosque de Birnam, que describió Shakespeare, apenas comenzó a desplazarse sin que nadie aún, ni siquiera el centinela, se percatase de ello. Pero las brujas no se equivocaban, Macbeth no caerá vencido hasta que el gran bosque de Birnam avance hacia su castillo, algo que parecía imposible para la inteligencia de Macbeth. Quizás vivamos tan ciegos como él, atrincherados en nuestros inexpugnables castillos de estupidez sin darnos cuenta de que el bosque ha empezado a moverse hacia nosotros."

"Tú, el buscador de ranas, (...) eres un buscador de lo imposible. Hablar de ranas será dentro de poco tiempo como hablar de dinosaurios, de seres que han pasado a ser solo ideas, sombras o palabras, nada más que palabras, palabras que se extinguirán como las mismas ranas por la falta de uso. Entonces, eres también un buscador de palabras con vocación de extinguirse."



"Dudas de si alguna vez la has amado o solo amabas la imposibilidad de su amor. "





jueves, 26 de julio de 2018

BAILE DE CITAS




A veces siento que me invaden citas literarias. Se pasean a su aire en mi mente, se cruzan, se yuxtaponen y chocan unas con otras, dándose empujones como si tuvieran prisa en salir a la superficie de un mar revuelto. Se me imponen sin orden ni concierto y no consigo darles forma en mi cabeza. A la medusa no se le puede cortar el pelo en la peluquería, escucho. ¿Habla Claudio Magris en mí? Me gusta la literatura que me agarra de los pelos para mirarme de frente, creo que escribió Roberto Bolaño. La literatura es la mirada de la medusa, que te petrifica, pienso. Al menos yo necesito que la narrativa me sacuda, que no me permita encontrar un punto al que agarrarme, de modo que la lectura se parezca a ese instante en que mi propio cuerpo muerto me coja del todo desprevenida cuando entro en mi frío dormitorio.

Soñé que solo veía cosas cuya vista me causaba un dolor insoportable. De repente venía alguien y simplemente les quitaba a las cosas lo que tenían de doloroso, como si retirara un ataque que ya no tiene objeto. Este es un sueño que he robado al protagonista de un libro de Peter Handke, quien a gritos pide estados al quehacer literario, y no historias coherentes con un final consolador. Miro por la ventana y veo la vida inerte y me parece que ese tipo de realidad bárbara y muda es especialmente percibida hoy por quienes piensan que en el mundo ya no existe la simplicidad inherente al orden narrativo, escribió Enrique Vila-Matas, escritor cuya obra se enfrenta a los libros somníferos y efectúa una reanimación cardiopulmonar a la literatura.

Un libro es la noche, también la soledad del mundo entero, dijo Marguerite Durás. Hay quienes se sienten más seguros dentro de su propia oscuridad, escribió Mark Strand. Su madre, añadió, le dio la espalda a la literatura porque así sentía tener control sobre un mundo en el que contaba poco. ¿Creería que, a base de ignorar el horror como algo perteneciente a las leyes de la naturaleza, podría dominarlo?



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.




domingo, 8 de julio de 2018

FELICIDAD CLANDESTINA

La felicidad clandestina es el título de un relato que escribió Clarice Lispector. Alude, creo, a ciertos momentos de embriaguez que se viven frente a las imposiciones de la realidad mezquina. Instantes placenteros que cada persona experimenta de una manera propia. Porque solo los reconoce quien goza de su disfrute, se consideran secretos, clandestinos. Clarice Lispector asocia esa experiencia a la lectura y al amor por los libros.

Protagonizan La felicidad clandestina dos niñas. Una es devoradora de historias. La segunda, además de ser hija del dueño de una librería, posee el talento para la crueldad. Al principio humilla a la primera, obligándola a pedirle prestados solo libros que a ella no le interesan. Luego perfecciona su sadismo. Le comenta que tiene determinado libro que la otra ansía leer y no puede comprar. Promete prestárselo en su casa. Sin embargo, le pone un sinfín de excusas cuando toca un día tras otro a su puerta. Ya ha prestado el libro o aún no se lo han devuelto, le dice.

Una tarde aparece su madre, pide explicaciones sobre la visita diaria de la niña y termina recriminando a la hija su negativa a leer ese libro que nunca, además, ha salido de la casa. Le ordena entonces dárselo de prestado a la otra para que se lo quede todo el tiempo que desee. Que le presten el libro por un tiempo indefinido le parece a esta un regalo mayor que si se lo hubieran regalado. Tiene la posibilidad de demorarse cuanto quiera en la lectura. Todavía más, crea obstáculos falsos para postergar el momento de sumergirse en la lectura y darle así más intensidad a su placer clandestino. "A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo", cuenta. "Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante."

¿Cómo describir esa experiencia intransferible de la niña, cómo acceder a su vivencia íntima, secreta, que no puede ser expresada con un lenguaje que le es exclusivo? me pregunté tras haber leído el cuento. Sería como pretender compartir el placer estético que experimenta una persona al contemplar extasiada la luz de un cuadro de Vermeer.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.

viernes, 29 de junio de 2018

UNA LÓGICA PERVERSA

Los gobernantes son muy humanos. Aplican las leyes, sus leyes, a rajatabla. Incluso tienen en cuenta las circunstancias excepcionales que contempla la ley. Es un barco a la deriva, al que no dejan atracar en ningún otro puerto, con personas en una situación extrema, casi sin combustible, ni víveres, y con niños y mujeres embarazadas, dijeron sobre el Aquarius. La legislación autoriza la entrada de náufragos recogidos en el mar. Sin embargo, no permite entrar a las personas que llegan en patera. Considera que alcanzan la costa de forma ilegal y ellos, los gobernantes, no consienten ningún atentado contra la legalidad. Participan de las creencias que sostienen la maquinaria legislativa europea sobre asuntos migratorios. Solo juegan con el estrecho margen que esta les ofrece.
Acogen en tierra firme a los 630 náufragos del Aquarius. Les dan refugio, agua, comida, colchones y abrigo. También les conceden una autorización de residencia durante 45 días, permiso previsto en la ley de Extranjería para casos contados. Tras ese plazo, los gobernantes enjuiciarán la situación de cada náufrago acogido. La mayoría, de acuerdo al trato igualitario, será, se supone, deportada. O tal vez en esta ocasión expulsen los gobernantes solo a unos cuantos. Así lavan su imagen. Se agarran a la necesidad humanitaria, excepción reconocida por la ley, sin salirse del marco legal. Todavía más, lo refuerzan con sus lágrimas. ¿Acaso mostrarse indulgente con los inmigrantes en general no animaría a otros miles más a embarcarse e intentarlo?, nos dirán. Entonces, proclamarán a los cuatro vientos, tendremos que responsabilizarnos moralmente de tantos naufragios en alta mar.

La clemencia contribuye a la muerte de seres humanos, vociferan los gobernantes, tan humanos. Mientras tanto, los gobernados nos aferramos a nuestros privilegios aquí. Asimismo, a los valores e ideas que se derivan de la creencia de que todos son privilegios merecidos.

domingo, 10 de junio de 2018

LA SILLA DE CAMILLE CLAUDEL



Ahí está ella, en la silla, tal y como la ha sentado Michéle Desbordes en su novela El vestido azul. Delante del pabellón, inmóvil y con las manos cruzadas sobre el regazo, Camille Claudel espera y espera y espera. Antes arrastró la silla hasta el jardín y se puso a mirar y mirar y mirar. De vez en cuando ve el paisaje en blanco y negro, muy negro, pero en la mayoría de las ocasiones inventa con su mirada diferentes colores y tonalidades.
Contempla el mundo girando alrededor de su silla. Fija la mirada en el horizonte e imagina la llegada de su hermano Paul, única visita que recibe en el psiquiátrico donde su familia la ha recluido en contra de su voluntad. En ese infierno pasará sus treinta años restantes de vida.

Sentada en la silla, cierra los ojos y ve llegar por el sendero de siempre a Paul, quien apenas la visita. Quizás, porque anda a menudo de viaje, escribiendo poemas y reuniéndose con artistas, o tal vez porque le aterrorice ver a su querida hermana consumiéndose en el pozo oscuro al que ha sido arrojada por iniciativa de la madre. Qué más da, habrá pensado su progenitora. Para estar encerrada en su taller, mejor meterla entre rejas. Contó también con la complicidad de Paul. ¿Se vería este incapaz de asistir a su tristeza y desesperación, a su reclusión permanente en el taller donde se dedicaba a esculpir sin descanso para terminar destruyendo su obra? Razones tenía, puesto que no solo sufrió la traición de Rodin, su maestro y amante durante quince años. Posó para él y esculpió sin firmar sus piezas, excelentes esculturas de las que se apropió su maestro. No se le permitió llevar a cabo su carrera artística de forma independiente a la de Rodin.

Ahí continúa, sentada en la silla, esperando y esperando. No se sabe si ahora desprecia el tiempo que aún le queda porque ya han matado sus sueños o si todavía sueña con poder adueñarse de sus días y convertirse en lo que nunca ha dejado de ser: Camille, mujer libre y artista de una obra excelsa. Única.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.


domingo, 27 de mayo de 2018

DIGNIDAD




Nadie es tal vez tan esclavo como quien se considera libre sin serlo. El mismo nivel de servidumbre parece darse también, sin embargo, cuando un subordinado enaltece al amo, cree merecerse el ultraje y consiente la peor humillación. Eso pensé después de haber leído las palabras de Larsen, protagonista de El astillero, novela de Juan Carlos Onetti. Quiere hablar de dignidad a un sirviente joven y sumiso, acostumbrado a obedecer siempre a sus superiores.   Conoció a un muchacho que vendía violetas en la madrugada, le cuenta. Una noche llegó este con los ramitos de violeta a un cafetín frecuentado por gente de bien, atravesó el local lleno y entonces dos vigilantes, a la vista de todos, lo manosearon entre risas.

Algo así, piensa Larsen, es lo último que podría pasarle a un tipo, pero su relato no tiene en el joven oyente el efecto esperado. El sirviente no entiende qué ha querido decirle y continúa impasible con su labor de limpieza. Larsen no se da por vencido y sigue hablándole. El muchacho de las violetas, le aclara, sabía que los clientes del cafetín observaron los tocamientos y burlas de los vigilantes. Por tanto, no podía disimular ante los ojos de los demás que había sido agredido. Tampoco se atrevió a enfadarse porque creía deberle respeto a la autoridad por ser la autoridad. Consideraba, en consecuencia, normal sus atropellos contra las personas. Así que hizo la cosa más triste de este mundo, piensa Larsen. Mostró una sonrisa a los clientes del cafetín.

La anécdota de Larsen me recordó otra de una mujer. Empleada de una granja donde vivía por necesidades económicas junto al propietario, un déspota, cumplía con su duro trabajo. No solo se propuso abstenerse de establecer el menor lazo de simpatía entre los dos. Se acostumbró, además, a odiar al amo. Era su manera de obedecerle sin degradarse. Salvaguardó la propia dignidad con el odio. Sin embargo, el hombre interpretó la actitud distante de la empleada como una prueba de sometimiento a su mando.

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.
       


lunes, 14 de mayo de 2018

'IMPÓN TU SUERTE', DE ENRIQUE VILA-MATAS


Mientras más me adentro en la obra de Enrique Vila-Matas, mayor es la sensación de grata oscuridad. Sumergirse en cualquier libro de este escritor es como navegar en alta mar sin nada a lo que aferrarse. Es descubrir que para la contemplación del vacío no se precisa ningún apoyo que engañe a la mirada. ¿De qué valdría estrechar los límites de la percepción para sentirse seguro en un mundo de naturaleza inexplicable? Con un estrechamiento de la capacidad perceptiva se encoge la conciencia y, por ende, se disipan las posibilidades de acercarse a otras formas de pensar.

Mientras más me adentro en la peculiar obra de Enrique Vila-Matas, más reconocible se vuelve ante mis ojos. A la vez me resulta inalcanzable, quizás porque está en permanente movimiento. Pretender abarcarla sería como proponerse ponerle cerco al océano en medio de alta mar. La obra de Vila-Matas se desborda por los lados y cuando crees haber arribado a algún área de confort, ya estás en un lugar diferente. Una zona de riesgo que te impulsa a seguir avanzando hacia adelante, brazada a brazada, sin descanso.

En la literatura de Vila-Matas todo parece repetirse con infinidad de variantes que convierten cada uno de los libros en algo nuevo y también distinto. Es la impresión que he tenido leyendo Impón tu suerte, libro recién publicado por la editorial Círculo de Tiza. Consiste en una colección de artículos, conferencias y ensayos, vivero importante del que se alimentan las novelas de Vila-Matas. Característico de este escritor es el continuo trasvase del ensayo a la narrativa, y viceversa, cuyo resultado es una obra única, genuina e inclasificable.

En Impón tu suerte, cuyo bello título nació de un verso de René Char, Vila-Matas impone otra vez su suerte y abraza la felicidad dispuesto a exponerse al riesgo. Consigue, además, que los lectores respiren felizmente sus palabras en este libro: “Te sentirás a solas con los dioses, y cabalgarás la vida hasta la risa perfecta. Es la única batalla que cuenta.”


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.

sábado, 28 de abril de 2018

LEYENDO ´IMPÓN TU SUERTE´, DE ENRIQUE VILA-MATAS



LEYENDO IMPÓN TU SUERTE...






Impón tu suerte, Enrique Vila-Matas.
Editorial Círculo de Tiza. Marzo 2018.-



EL LIMPIABOTAS DE PETER HANDKE



Vi de pronto, mientras paseaba, a un limpiabotas en el parque. Sentado sobre su viejo taburete de madera y de patas muy cortas, cepillaba los zapatos de un turista. Me detuve un rato a contemplarlo como quien se detiene a mirar una escena extinguida, propia de un tiempo pasado. La infancia se me echó enseguida encima y, por alguna asociación de ideas, me vino a la mente el maravilloso anciano limpiabotas de un cuento que escribió Peter Handke. La visión del hombre limpiando el calzado del extranjero me produjo el mismo efecto que ese relato cuando lo leí en el libro Una vez más para Ticídides.

Con cuánta meticulosidad limpiaba el limpiabotas del cuento los botines de su cliente. De forma lenta comenzó a desempolvarlos, uno a uno y parte a parte, manejando con suavidad y firmeza su cepillo curvo. Los pies, el empeine, las puntas de los dedos parecían agradecer el trabajo. Luego sacó un paño y embadurnó con betún, despacio y a fondo, tal y como procedía también el limpiabotas del parque, los botines. En su lata quedaba solo una pequeña masa negra, pero se las ingenió para que le alcanzase. Aplicó cada copo con extremo cuidado.
Cuando el limpiabotas del parque comenzó a sacarle brillo a los zapatos con un nuevo cepillo proseguí la caminata, todavía cautivada por el recuerdo de los botines que el limpiabotas del cuento dejó resplandecientes. Relucían como nunca antes, después de haberles pasado un cepillo de abrillantar y, finalmente, un paño. Era el único calzado que su dueño, radiante de felicidad, se pondría hasta desgastarlo. Entonces sentí estar viviendo una experiencia de sintonía con la raza humana. La lentitud, el esmero, la durabilidad y el amor en la demora adquirían significado. Regresé, gracias al limpiabotas y su arte, a momentos que en la actualidad se suponen carentes de acontecimientos. ¿O acaso vivir hoy no es casi siempre hacer que las horas pasen en lugar de prolongar el tiempo dando una vida insustituible a cada instante?


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS

jueves, 19 de abril de 2018

ESCRITORES JÓVENES


                                                    


 Para ser escritor no se precisa sacar un título. No hay puerta por donde se entre a la escritura, como no existe ninguna que dé entrada a la vida. Escribir no convierte, sin embargo, en escritor a la persona que escribe. Tampoco la práctica de la escritura, aunque se prolongase en el tiempo y obtuviera un reconocimiento público, concede al individuo un grado de veteranía ventajosa. Se sabe de escritores cuya obra es de pésima calidad y, no obstante, gozan de un éxito mediático solo explicable en el contexto del actual mercado.

 Hoy pierde valor la idea de la literatura como excelencia y prevalece el desprecio por la lectura literaria. No resulta extraño, puesto que el libro se considera un producto más de mero entretenimiento. Al alcance de todos, se socializa en igual medida en que se degrada. De ahí, entre otros factores, la necesidad de profundizar en el debate abierto sobre la banalización de la ficción literaria.

Concurre hoy una variante de ese debate que no es ajena a la literatura y, sin embargo, parece carecer de interlocutores claros en el ámbito literario. Afecta a un alto número de excelentes escritores jóvenes que no consiguen publicar. Incluso muchos escritores consagrados gracias a la grandeza de sus obras suelen intervenir poco o nada en el tema. El panorama no puede ser más desolador: la dificultad de encontrar una editorial, el ánimo de lucro encubierto de editoriales que publican manuscritos a precio de oro y ni siquiera colaboran en la posterior distribución de los libros, concursos literarios manipulados por camarillas, amiguismo y exclusiones sectarias, ausencia de promoción y uso de zancadillas, toma de decisiones por parte de personajes no pertenecientes al espacio literario y silencio
de los medios…

No vale decir que si una obra es buena termina viendo la luz. Mentira. Me parece, además, una impostura suponer que los escritores jóvenes que no logran publicar deben contentarse con el ejercicio de la escritura, casi tan sagrada para su vida como el hecho de respirar.


viernes, 30 de marzo de 2018

ADOCTRINAMIENTO



Asisto con horror al espectáculo protagonizado por quienes defienden la ideologización del arte y, en concreto, de la literatura. El alcance práctico de esta defensa incluye el adoctrinamiento de los lectores como cometido de la ficción literaria. Una idea descabellada que me ha recordado la lamentable anécdota que sufrió J.M. Coetzee tras haber visto la luz su novela Hombre lento. Se la contó a Paul Auster durante uno de los intercambios virtuales entre ambos en Aquí y ahora.

Coetzee recibió una carta ofensiva de una lectora inglesa muy enfadada. Ella lo critica duramente por insultos antisemitas gratuitos contenidos en dos páginas de la novela. “Su referencia a los judíos”, le escribe, “hecha de forma tan despectiva no añade nada valioso a la historia, y en mi opinión está de más.” No contenta con sus juicios, finaliza su carta diciendo que las injurias antisemitas invalidan toda la novela.

Coetzee ha escrito, dice Paul Auster, una novela y no un panfleto sobre comportamiento ético. Además, los comentarios desdeñosos sobre los judíos, por no hablar de antisemitismo declarado, forman parte del mundo que vivimos, añade. ¿Acaso tienen que coincidir el autor y los personajes en sus opiniones?

La mujer, de acuerdo con los partidarios de ideologizar la literatura, parece no saber que la ficción, como escribió hace poco Enrique Vila-Matas, es otra forma de pensar y que los escritores se olvidan a sí mismos cada vez que escriben una obra literaria. Porque dan voz imparcial a los diversos pensamientos y a las más antitéticas pasiones, su perspectiva intenta abarcar los trescientos sesenta grados. Ni se inmiscuyen en las creencias y sentimientos de los personajes, ni eligen ideológicamente entre voces encontradas.

Ficción es ficción, escribió Nabokov, para quien calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. ¿Cómo reaccionaría este escritor si pudiera levantarse de su tumba y escuchara los discursos moralistas y adoctrinadores en torno a su novela Lolita, obra maestra de la literatura?


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.




'LA FIESTA DEL TEDIO', ENTRE LAS NOVELAS FINALISTAS DEL IV PREMIO INTERNACIONAL DE NARRATIVA «NOVELAS EJEMPLARES»





 Mi novela La fiesta del tedio, un homenaje a Clarice Lispector, entre las finalistas del Premio.



FALLO DEL IV PREMIO INTERNACIONAL DE NARRATIVA "NOVELAS EJEMPLARES"  (Para ver todo pinchar en el enlace)




Un jurado compuesto por:

Alberto 
de Frutos Dávalos (Ganador del Premio Novelas Ejemplares 2017), Gema Areta Marigó (España), Ángela Poza Fresnillo (España), José Prats Sariol (Cuba), María Rubio Martín (en representación de la Facultad de Letras) y Luis Rafael(en representación de Ed. Verbum),


ha seleccionado, entre las 576 novelas recibidas de todo el ámbito iberoamericanolas siguientes finalistas:


 El señor Gro y la hija de la viuda Stern, de Javier Ramos


 El prestamista, de Gonzalo Calcedo


 La fiesta del tedio, de Elisa Rodríguez Court


 Protocolo48, de Gloria Macher


 Valdemar 71, de José Manuel Begines Hormigo



Y decide otorgar el IV Premio Internacional de Narrativa

“Novelas Ejemplares”- Facultad de Letras, 2018, en homenaje a Miguel de
Cervantes, a la obra:

El señor Gro y la hija de la viuda Stern, de Javier Ramos


La obra El señor Gro y la hija de la viuda Stern, de Javier Ramos, 

propone una notable degustación del lenguaje desde una conciencia
lingüística que es la que sostiene el relato. Las palabras sirven a la
acción: son palabras actantes. Novela de signos y señales, gracias
al adecuado empleo de la prosa lírica; acerca al lector a una 
iluminación poética que va perfilando a sus personajes con pinceladas
de sueño. Osado, reacio a las convenciones, el autor reinventa el mar,
el cielo, los libros o las rosas con un lenguaje rico en asociaciones y 
símbolos. Sus cinco partes son cinco actos de excelente ritmo.Tiene
algo del dibujante Tomm Moore y de la lírica inocencia de El principitoy
restituye a la literatura el poder de generar mitos.
El Jurado del Premio IV Premio Internacional de Narrativa
“Novelas Ejemplares”- Facultad de Letras, en homenaje a
Miguel de Cervantes, desea dejar constancia de que las obras
finalistas tienen, asimismo, calidad e interés, y recomienda
su publicación.

En Ciudad Real, a 28 de marzo de 2018.


sábado, 17 de marzo de 2018

VALOR Y MIEDO



Un amigo me habló de una joven que a sus dieciocho años se largó de su casa con lo puesto para emprender una nueva vida en otro país. No sabría decir, comentó, enterado del carácter violento del padre de la joven, si el valor motivó la marcha de la chica o fue el miedo. A raíz de su comentario, se reactivó en mi mente el recuerdo parcial de un cuento cuya fuente literaria he olvidado. Conservo en mi memoria solo el recuerdo de la primera escena: una mujer, que no acostumbra a salir de casa, se arrastra sin rumbo por la ciudad oscura sobre la que se cierne una tormenta implacable. ¿O se trata solo de una lluvia fuerte que, porque es de noche y las calles están casi vacías, la mujer aterrada convierte en una tempestad? No lo sé. Me interesa, sin embargo, la experiencia interior de la mujer. A veces basta sentirse frágil para hacer del paisaje un lugar desolador.

La mujer, empapada y con el pelo chorreante, se angustia viendo colarse el agua en los edificios y las tiendas cerradas a cal y canto. El agua embarrada le alcanza media pierna. Los coches se han detenido con sus motores apagados. Ni rastro de un taxi para regresar a casa, su nido de protección y bienestar. Camina y camina a toda prisa, desnortada.
 Fuera de su refugio se siente vulnerable, del todo desprotegida. Oye de repente la voz de alguien que, radiante bajo una marquesina, exclama: “¡Menudo valor, señora!”

A menudo se confunden coraje y miedo, concluyó el amigo que me habló de la joven fugada. No parece extraño que sus palabras despertaran en mí el recuerdo de la mujer del cuento abriéndose paso entre las tinieblas. Al fin y al cabo, los lectores activos nos hemos habituado a un trasvase del material de la realidad a la ficción, y viceversa. ¿Acaso la literatura no es una hipótesis de vida tan real como la que se vive fuera de los libros?


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.





domingo, 4 de marzo de 2018

LA LENGUA DEL SILENCIO



El silencio es una caja de sorpresas llena de sucesos, experiencias y sentimientos. Inalcanzables en gran parte, a menos que alguien les dé algún nombre. Es lo que debió de pensar el padre de Mark Strand después de haber leído el primer libro de poemas que le publicaron a su hijo. El año de la publicación del libro coincidió con el de la muerte de su mujer. Mark Strand cuenta haberse emocionado viendo a su progenitor sumergido en la lectura de los poemas. Nunca ha sido lector de poesía, dice. El padre quiere hablarle de los poemas, pero le cuesta. Cuando consigue arrancar, pide a su hijo una aclaración de algunos que cree confusos. Otros le parecen muy claros e intenta trasladarle cuánto significan para él. Sobre todo, los poemas que más le dicen porque dan voz a su sentimiento de pérdida, tras la muerte de su mujer. 

“Parecen expresar lo que él ya sabe, pero no logra decir”, escribe Mark Strand. “En pocas palabras le cuentan lo que él está sintiendo. Le ponen en contacto consigo mismo.”


También los lectores activos suelen descubrir durante la lectura cosas que no consiguen verbalizar. Todavía más, quizá encuentren en la literatura palabras para lo que ya saben y, sin embargo, desconocen que saben. Mientras leen se revela entre líneas aquello que ya sabían antes sin haber tenido consciencia de saberlo.

El conocimiento parece estar entonces más cerca del silencio que de la palabra. Si el padre de Mark Strand no hubiese llevado el dolor en su interior, no lo habría reconocido en los poemas de su hijo. Pero sin la palabra tampoco habría podido adueñarse de su pérdida. Al fin y al cabo, los sentimientos se consideran profundos solo porque se tienen por profundos los pensamientos que los acompañan. Y la literatura es capaz de darle forma y sentido al silencio que nos habita, haciendo visible lo oculto y lo desconocido.



FUENTE: LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS

sábado, 17 de febrero de 2018

ÉRASE UNA VEZ



                                                           
En un relato de Clarice Lispector, titulado Érase una vez, le preguntan a la protagonista qué es lo que realmente querría escribir. Tal vez le hicieran en alguna ocasión la misma pregunta a la escritora brasileña y ella escribió ese texto narrativo, ilustrador de sus ideas sobre la creación literaria. Ya se sabe, los escritores suelen inventar un autor a la medida de sus gustos. La protagonista de su relato contesta que le gustaría escribir, si fuese posible, una historia que comenzara así: “Érase una vez…” Los demás piensan en los niños como únicos destinatarios de su historia. Ella, sin embargo, comenta que la escribiría para los adultos.

No ha olvidado aquellos primeros relatos suyos, escritos a sus siete años, que empezaban todos con “Érase una vez.” Los remitía a una página infantil que publicaba semanalmente el periódico de una ciudad brasileña. Envió un buen número de historias, pero ninguna vio la luz. Es fácil saber, explica, por qué no fueron publicadas. No contaban exactamente una historia con los hechos que una historia requiere, dice, a mi parecer con cierta ironía. “Yo leía las que publicaban y todas contaban un acontecimiento”, añade. Sus relatos, sin embargo, no eran historias lineales al uso, con una secuencia argumental lógica. Se sobreentiende, si se ha leído la singular obra de Clarice Lispector. Una escritora que en su escritura luchó a brazo partido contra cualquier intento de encorsetar la realidad y cuestionó la pretensión de domesticar la vida para volverla familiar.

La protagonista del relato de Clarice Lispector es muy tozuda. Desde su infancia ha cambiado tanto, dice, que ya se cree capaz de escribir el verdadero “Érase una vez”. Decide entonces ponerse en marcha y se sienta a escribirlo. Siente que será simple. Lo empieza, pero nada más escribir la primera frase se da cuenta enseguida de que aún le es imposible. Ha escrito: “Érase una vez un pájaro, Dios mío.”


(Artículo inspirado en TIEMPO DE RETROCESO, Café Perec de Enrique
Vila-Matas en El País)