jueves, 26 de julio de 2018

BAILE DE CITAS




A veces siento que me invaden citas literarias. Se pasean a su aire en mi mente, se cruzan, se yuxtaponen y chocan unas con otras, dándose empujones como si tuvieran prisa en salir a la superficie de un mar revuelto. Se me imponen sin orden ni concierto y no consigo darles forma en mi cabeza. A la medusa no se le puede cortar el pelo en la peluquería, escucho. ¿Habla Claudio Magris en mí? Me gusta la literatura que me agarra de los pelos para mirarme de frente, creo que escribió Roberto Bolaño. La literatura es la mirada de la medusa, que te petrifica, pienso. Al menos yo necesito que la narrativa me sacuda, que no me permita encontrar un punto al que agarrarme, de modo que la lectura se parezca a ese instante en que mi propio cuerpo muerto me coja del todo desprevenida cuando entro en mi frío dormitorio.

Soñé que solo veía cosas cuya vista me causaba un dolor insoportable. De repente venía alguien y simplemente les quitaba a las cosas lo que tenían de doloroso, como si retirara un ataque que ya no tiene objeto. Este es un sueño que he robado al protagonista de un libro de Peter Handke, quien a gritos pide estados al quehacer literario, y no historias coherentes con un final consolador. Miro por la ventana y veo la vida inerte y me parece que ese tipo de realidad bárbara y muda es especialmente percibida hoy por quienes piensan que en el mundo ya no existe la simplicidad inherente al orden narrativo, escribió Enrique Vila-Matas, escritor cuya obra se enfrenta a los libros somníferos y efectúa una reanimación cardiopulmonar a la literatura.

Un libro es la noche, también la soledad del mundo entero, dijo Marguerite Durás. Hay quienes se sienten más seguros dentro de su propia oscuridad, escribió Mark Strand. Su madre, añadió, le dio la espalda a la literatura porque así sentía tener control sobre un mundo en el que contaba poco. ¿Creería que, a base de ignorar el horror como algo perteneciente a las leyes de la naturaleza, podría dominarlo?



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.




domingo, 8 de julio de 2018

FELICIDAD CLANDESTINA

La felicidad clandestina es el título de un relato que escribió Clarice Lispector. Alude, creo, a ciertos momentos de embriaguez que se viven frente a las imposiciones de la realidad mezquina. Instantes placenteros que cada persona experimenta de una manera propia. Porque solo los reconoce quien goza de su disfrute, se consideran secretos, clandestinos. Clarice Lispector asocia esa experiencia a la lectura y al amor por los libros.

Protagonizan La felicidad clandestina dos niñas. Una es devoradora de historias. La segunda, además de ser hija del dueño de una librería, posee el talento para la crueldad. Al principio humilla a la primera, obligándola a pedirle prestados solo libros que a ella no le interesan. Luego perfecciona su sadismo. Le comenta que tiene determinado libro que la otra ansía leer y no puede comprar. Promete prestárselo en su casa. Sin embargo, le pone un sinfín de excusas cuando toca un día tras otro a su puerta. Ya ha prestado el libro o aún no se lo han devuelto, le dice.

Una tarde aparece su madre, pide explicaciones sobre la visita diaria de la niña y termina recriminando a la hija su negativa a leer ese libro que nunca, además, ha salido de la casa. Le ordena entonces dárselo de prestado a la otra para que se lo quede todo el tiempo que desee. Que le presten el libro por un tiempo indefinido le parece a esta un regalo mayor que si se lo hubieran regalado. Tiene la posibilidad de demorarse cuanto quiera en la lectura. Todavía más, crea obstáculos falsos para postergar el momento de sumergirse en la lectura y darle así más intensidad a su placer clandestino. "A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo", cuenta. "Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante."

¿Cómo describir esa experiencia intransferible de la niña, cómo acceder a su vivencia íntima, secreta, que no puede ser expresada con un lenguaje que le es exclusivo? me pregunté tras haber leído el cuento. Sería como pretender compartir el placer estético que experimenta una persona al contemplar extasiada la luz de un cuadro de Vermeer.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.