sábado, 16 de marzo de 2019

RÉPLICAS



Navegar con Google Maps puede convertirse en una experiencia curiosa cuando los navegantes pasean la mirada por su entorno habitual. Estos mapas digitales permiten trasladarse con los ojos de un lado a otro de la propia ciudad, del barrio, de una calle o una plaza y ver desde arriba y desde los costados. Ante la pantalla aparecen, como por arte de magia, la plazoleta, la panadería, el supermercado, el bar y el estanco de siempre.

Se puede, además, fijar la vista en la casa donde se vive y hacer zoom sobre el portal, algunos detalles de la fachada o el piso que se habita. Qué rara sensación en el momento en que se descubre la ventana detrás de cuyos cristales estamos sentados, navegando justo en ese instante. Nos puede parecer que estamos mirándonos a nosotros mismos desde el exterior. Se produce así una especie de desdoblamiento. Nos hallamos fuera y dentro en una existencia paralela.

El desplazamiento en Google Maps por los alrededores de la propia vivienda puede resultar no solo extraño, sino también inquietante. Reconocemos los objetos físicos, blanco de la mirada, y sentimos familiar el entorno. Sin embargo, la realidad se presenta inmóvil, como si hubiera quedado interrumpida de repente. Los vehículos detenidos irremisiblemente en plena circulación y la gente, estatuas exhibiendo su último gesto, parecen dar testimonio de la vida del todo suspendida.

Cualquier navegante de Google Maps podría sentirse de pronto en un mundo que, porque ha desaparecido, ya no le pertenece. Creerse quizá el único superviviente de un universo fantasmagórico.  O tal vez considerar, mientras navega por los lugares conocidos, que la realidad exterior no es sino una vaga réplica de aquello que los mapas muestran.




FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.


lunes, 4 de marzo de 2019

LA MOSCA DE MI INFANCIA


                                                          Imagen de Pedro Guerra

Parece que se ha perdido la mosca de mi infancia, cuyo viaje yo solía perseguir con ojos atentos. Regreso a mis primeros años y la veo posarse en el amplio cristal. Enseguida da saltitos zigzagueantes de un lado al otro de la ventana. Tengo la impresión de que disfruta del trayecto ciego propio de su vida errática.

No parece extraño que un ser minúsculo como ella, carente de domicilio y objetivos, motivara reflexiones profundas que atañen a la condición humana y al estilo de vida y a los afanes de los individuos. Pienso en la mosca de mi primera niñez y recuerdo el leve golpe que le propinó un hombre en una novela de Italo Svevo. El hombre sintió que la mosca lo atormentaba y, tras golpearla, consideró que ella no sabía de qué órgano procedía su dolor.

 Pienso en Svevo y me acuerdo de Augusto Monterroso. Su mosca soñaba que era un águila. La de Macedonio Fernández se coló, según se cuenta, en su habitación de moribundo. Alguien quiso espantarla y se le oyó decir al escritor agonizante: "Que sea de la oposición".

Pienso también en Marguerite Duras y su mosca desahuciada. La descubrió en su casa y le siguió el rastro a través de la escritura hasta que acabó muriendo. El proceso hacia la muerte del insecto le hizo decir: "Se escribe para mirar morir una mosca". Emily Dickinson, en su imaginario lecho de muerte, le regaló a la suya un poema.

Pienso en todas las moscas del mundo y recuerdo la mosca de mi infancia. Entonces me pregunto si acaso la mataron los humanos para no tener que mirarse a sí mismos mientras la contemplan.



FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.