domingo, 23 de agosto de 2015

LOS OJOS DE LA PIEDAD




Cuenta Emmanuel Carrère en su libro De vidas ajenas  sobre los efectos devastadores de un tsunami en una zona de Sri Lanka. El narrador y su familia, que pasan allí las vacaciones, se salvan. Sin embargo, una pareja de franceses, a la que conocieron días antes, pierde a su hija Juliette, de 4 años. Juntos se entregan a la búsqueda del cuerpo desaparecido, moviéndose entre escombros en un ambiente de absoluta desolación.
 

Philippe, el abuelo francés de la niña muerta, vive varios meses cada año en esa villa, a unos pasos de la playa. Conoce a la mayoría de los habitantes, casi todos pescadores, y se ha convertido en uno más del barrio. Tras la llegada de la brutal ola y la localización del cadáver de su nieta, decide acompañar a su familia y volver a Francia. Promete antes a los supervivientes amigos que regresará muy pronto. Desea quedarse a su lado y ayudarles a reconstruir, a recomenzar su vida. Podría largarse definitivamente de Sri Lanka, donde su familia ha perdido de golpe la felicidad. Pero elige permanecer junto a quienes han sufrido la desgracia.

Cabría preguntarse si su decisión responde a motivaciones altruistas, a la empatía que se deriva de saber situarse en el lugar de los demás. Es el narrador del libro de Carrère quien ofrece la respuesta. Su hijo de 13 años, refiriéndose al viejo Philippe, le lanza a bocajarro: “En su lugar, ¿tú harías lo mismo que él?” Si su nieta, le pregunta, o si él, su hijo, hubiera muerto, ¿se ocuparía de los pescadores? El niño  tiene claro que por su parte pasaría de ayudarles. “No pasar de ellos”, contesta el padre, “es la prueba de una generosidad extraordinaria o bien una estrategia de supervivencia.”

Él prefiere considerar lo segundo. Le parece más humano. “En un momento determinado, lo más humano es pensar solo en uno mismo. Preocuparse de la humanidad en general cuando ha muerto tu hijo es algo que no me creo.” Piensa que Philippe se preocupa de sobrevivir a la muerte de Juliette y de salvar a la madre de esta.
El anciano quiere ser útil. ¿Cómo negar que es un ser bondadoso? Pero ¿qué otra cosa iba a hacer consigo mismo, después de tan tremendo golpe?  




FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS

lunes, 17 de agosto de 2015

`EL LIBRO TACHADO´, DE PATRICIO PRON





"... Esta es una contribución a esa historia, la de la literatura de los dos últimos siglos, producida ´en contra´ del siempre inminente ´fin de la literatura´ y de la ´muerte del autor´varias veces anunciados ya, que no claudica ante ese fin y esa muerte, puesto que parte de la premisa de que el hecho de que la literatura pueda acabar y sus autores morir algún día es su condición de posibilidad y su mayor aliciente..."

 

                                                            Patricio Pron 

 


El libro tachado
. Patricio Pron. Edit. Turner Noema. Madrid, 2014.



 

sábado, 8 de agosto de 2015

FRACASAR MEJOR





Suspiré de alivio cuando Joseph Grand, entrañable personaje secundario de La Peste, novela de A. Camus, logró recuperarse de la enfermedad. Acometido por la fiebre, padecía síntomas de esa terrible peste que asoló a Orán durante largos meses. Vino a caer enfermo casi al final de la novela, páginas antes de esfumarse la peste y abrirse de nuevo las puertas de la ciudad que habían sido cerradas por temor a que se expandiera la epidemia.
 
Anteriormente fueron muchos los muertos y enormes el dolor y el sufrimiento. Al inicial autoengaño de la mayoría de la población le sucedió un estado de miedo colectivo que terminó tornándose en desesperanza e indiferencia. “Tenían miradas errantes, todos parecían sufrir de la separación de aquello que constituía su vida. Y como no podían pensar siempre en la muerte, no pensaban en nada. Estaban vacantes”, cuenta el narrador del libro.
 
Joseph Grand es uno de los personajes altruistas que arriesga su vida para intentar salvar a los enfermos. Cumple como empleado del ayuntamiento, ayuda a la colectividad y es de los pocos a los que la peste no aleja de su verdadero oficio: la escritura. A ella se entrega noches enteras, buscando el tono, el estilo. Se tortura por encontrar la conjunción adecuada, los sustantivos, el adjetivo. Amigo del doctor, saca de un cajón su manuscrito y le invita a leer solo la primera frase. Esa, bastante larga, es la que le está dando trabajo, dice. Mucho trabajo.

Cuando enfermó le rogó al doctor que le alcanzase su manuscrito, indicándole después con un gesto que lo leyese. Eran unas cincuenta hojas y todas no contenían más que la misma frase, la primera, indefinidamente copiada, retocada, enriquecida o empobrecida. En la última página, con esmerada caligrafía, figuraba la última versión de la frase. Tras oírla, Grand se agitó, enfadado. No estaba satisfecho con su elección de los adjetivos. Pensando que iba a morirse y ya no le quedaba tiempo, ordenó que quemaran el manuscrito. El médico obedeció. A la mañana siguiente recibió al doctor sentado en la cama, sin fiebre y recuperado. Le dijo entonces: “¡Ah!, doctor, hice mal. Pero lo volveré a empezar. Me acuerdo de todo, ya verá usted.” Da igual, habría querido yo decirle, recordando las célebres palabras de Beckett: “Jamás fracasar. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.”


 FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO LAS PALMAS.