lunes, 29 de octubre de 2018

PARA QUÉ SER FELIZ





Uno siempre está solo, pero a veces está más solo, escribió la poeta Idea Vilariño. Sobran motivos para la desdicha. Sin embargo, la infelicidad, y con ella la tristeza, está hoy desacreditada. Se empeñan en vendernos la idea de la felicidad como principal objetivo en la vida. Nos bombardean a diario con recetas para ser felices. Con un planteamiento así se le da la espalda al dolor, un ingrediente insoslayable de la condición humana y una fuente de verdades. Se sitúa, además, la felicidad al alcance de la mano. Pero qué cosa se obtiene cuando se es feliz es lo que desea averiguar la niña que protagoniza una novela de Clarice Lispector.

La niña está en clase de lengua y, aparte de preguntarle a su profesora qué cosa se consigue cuando se es feliz, quiere saber qué pasa después de que se es feliz. ¿Qué ocurre después? insiste, ansiosa por conocer una respuesta. Puedo imaginarme la cara de sorpresa que pone la profesora en el momento en que su alumna formula mejor su acuciante consulta y pregunta a gritos para qué se es feliz. La sugerente escena del libro no solo cuestiona, o eso me parece a mí, el vacuo término felicidad, sino también discute la consideración de esta como objetivo.

La escritora Natalia Ginzburg, vuelvo a recordar ahora, no tuvo reparos en darle la razón a la gente que la creía infeliz. Más cierto para ella era, sin embargo, que no pretendía ser menos infeliz escribiendo. Procuraba, por el contrario, escribir a pesar de su infelicidad. Ni la escritura era su terapia, ni ella escribía para consolarse. Intentaba escribir, dijo, sin dejar que su infelicidad enturbiara e hiciera enfermar las cosas que escribía. Aunque “para llegar a ese punto”, matizó, “es necesario que la infelicidad no sea en nosotros una pregunta lacrimosa y llena de ansiedad, sino una conciencia absoluta, inexorable y mortal".

Son palabras que podría haber escuchado la niña del libro de Clarice Lispector si la profesora no le hubiese ocultado que también los patos pueden ser muy felices en su sucio charco cuando no conocen el mar.


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.



domingo, 14 de octubre de 2018

DEFENSA DE LA BREVEDAD


Pierre Michon tardó ocho años en entregar su obra La Grande Beune a la editorial. Precisó ese tiempo para darse cuenta de que a su texto le sobraban dos terceras partes. Necesitaba aligerarlo. Al final dio a publicar solo un tercio de las páginas que había escrito. Lo cuenta en Llega el rey cuando quiere, excelente libro que, editado en Wunderkammer y traducido por María Teresa Gallego Urrutia, recoge entrevistas realizadas a este escritor. Michon no se corta un pelo y se muestra autocrítico, divertido, ingenioso y provocador en sus respuestas, cuyo hilo conductor es tal vez su defensa de la brevedad en la escritura literaria. No en vano censura la novela concebida como cajón de sastre atestado de digresiones, peripecias, diálogos, sucesos y aventuras en detrimento de la voz y del enunciado que se ahoga, dice muy gráficamente, al ponerle demasiada agua al caldo.

Razón no le falta. ¿Acaso no se publican hoy, en nombre de la supuesta ductilidad de la novela, libros cortos de aliento y carentes de valor literario? 
Pierre Michon denuncia los libros gruesos, donde cabe todo, que tanto gustan al mercado y que, con un exceso de acción y acontecimientos relativos y arbitrarios, hacen que la novela pierda, por el camino, el potencial energético de la prosa.

Recurre a una metáfora farmacéutica para explicar el cajón de sastre en que se suele convertir la novela. Establece un símil entre un medicamento que contiene 0,5% de penicilina y 99,5 de excipiente y entre la novela tal y como se hace cada vez más en la actualidad: un excipiente enorme en que se ha perdido la penicilina. Contesta, además, con humor a los hipócritas que le suelen preguntar para cuándo esa gran novela suya: “Está muy claro, si un día puedo conservar intacto y sin manipulación mi potencial enunciativo durante trescientas páginas, no me negaré a ello; lo que pasa es que me da miedo estar ya con una transfusión de vena cuando llegue a la página trescientas.”
Considera que para escribir y perseverar en la escritura hay que querer perforar una pared y creer que las palabras le abrirán una brecha.




FUENTE: EL QUINQUÉ: LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.



martes, 2 de octubre de 2018

AMAR LA LITERATURA



Yo recordaba de otra manera la escena del libro. Nueve o diez años atrás había leído la novela Hoy, Júpiter, de Luis Landero. Desde entonces retuve en la memoria una cita que el olvido no alcanzó a borrar. Sin embargo, con el transcurso del tiempo cambié un poco el escenario donde el protagonista, un joven escritor, rememora un momento de su pasado cuando era adolescente. En mi mente quedó grabada una comida familiar interrumpida por una fuerte discusión. Todos arremeten contra el chico, él se levanta de la mesa muy enfadado y les lanza las palabras que me resultan inolvidables: “Me voy a leer a mi cuarto para siempre.”

Hace días busqué y encontré la escena en la novela de Luis Landero. Me pareció curioso que yo fantaseara con una discusión que no ocurrió. En realidad, a los postres de la celebración familiar, el adolescente dijo de pronto: “Me voy a mi cuarto a leer.” Enseguida se levantó y se vio en el espejo del aparador. Le pareció que en su cara había una expresión grave, más propia de un adulto. Todos lo miraron entre irónicos y extrañados por el tono solemne que había usado para una frase tan banal. “Me voy a leer”, repitió como si se despidiera para un largo viaje.

 Tal vez mi fantasía añadió una discusión al fragmento del libro, e incluso inventó conversaciones corrientes y aburridas durante la comida familiar, porque así resaltaba la distancia entre la gris realidad y la literatura como hipótesis de vida. Al fin y al cabo, el chico va luego a su cuarto, se entrega de lleno a la lectura y se dice: “Este es mi mundo”. Imaginó que en él podría ser humilde y poderoso, rey y vasallo, mendigo y donador. Podría ser otros. Leía sin detenerse y el libro, con su bullicio de imágenes, personajes, conflictos en marcha y palabras ansiosas por significar, era en sus manos algo vivo y palpitante como un pájaro. Entonces pensó que lo que tendría que haber proclamado al levantarse de la mesa es: “Me voy para siempre a leer.” 


FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.https://www.laprovincia.es/opinion/2018/09/29/amar-literatura/1102184.html