Imagen de Pedro Guerra
“Escribir es dejar de ser escritor”, escribió Enrique Vila-Matas para referirse al duro y paciente oficio de la escritura. Un oficio en el que, como él señaló en un memorable texto que lleva este epígrafe como título, los escritores avanzan en tinieblas, jugándose la vida. Frente a quienes consideran que lo importante es escribir y entregarse de lleno a su trabajo se sitúan aquellos cuyo primer objetivo en la escritura es la búsqueda de dinero y fama. Personas que se dedican a cultivar, por decirlo de alguna manera, la dimensión horizontal de la literatura.
Me vino de nuevo a la mente la frase de Vila-Matas cuando leí una entrada del primer diario de Ricardo Piglia. Ahí relata que a sus veintidós años ganó el concurso de cuentos organizado por una revista de bastante peso entre los jóvenes. Le divirtió haberse enterado del premio en una conferencia sobre Salinger que una escritora consagrada dio en la Facultad donde él cursaba estudios. Ella era miembro del jurado de ese concurso y en medio de la charla comenzó a hablar de una revelación literaria, nombrando a Piglia. Elogió su cuento sin saber que el joven, para ella desconocido, se encontraba entre el público.
Él no se animó a decir una sola palabra. Prefirió seguir sentado, anónimo. No se reconoció en el autor del cuento, una promesa seria de la joven literatura argentina, según la escritora. “Un verdadero horror, demasiado real. La literatura es mucho más misteriosa y más extraña que la simple presencia física del así llamado autor”, escribió Piglia en su diario.
Parece haber tenido claro desde joven que lo suyo no era ir de escritor, sino escribir. Su conducta me trae a la memoria la actuación de Ravel durante una grabación de su cuarteto de cuerda. Al margen de que su comportamiento respondiera a un fallo fatal de sus facultades mentales, podría convertirse en guía de los artistas y, en concreto, de los escritores. En la sala de control hizo sugerencias y correcciones a su pieza musical. Al final, transcurrida la sesión, se volvió al productor, le dijo que la obra era realmente muy buena y añadió: “Recuérdeme el nombre del compositor.”
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.
“Escribir es dejar de ser escritor”, escribió Enrique Vila-Matas para referirse al duro y paciente oficio de la escritura. Un oficio en el que, como él señaló en un memorable texto que lleva este epígrafe como título, los escritores avanzan en tinieblas, jugándose la vida. Frente a quienes consideran que lo importante es escribir y entregarse de lleno a su trabajo se sitúan aquellos cuyo primer objetivo en la escritura es la búsqueda de dinero y fama. Personas que se dedican a cultivar, por decirlo de alguna manera, la dimensión horizontal de la literatura.
Me vino de nuevo a la mente la frase de Vila-Matas cuando leí una entrada del primer diario de Ricardo Piglia. Ahí relata que a sus veintidós años ganó el concurso de cuentos organizado por una revista de bastante peso entre los jóvenes. Le divirtió haberse enterado del premio en una conferencia sobre Salinger que una escritora consagrada dio en la Facultad donde él cursaba estudios. Ella era miembro del jurado de ese concurso y en medio de la charla comenzó a hablar de una revelación literaria, nombrando a Piglia. Elogió su cuento sin saber que el joven, para ella desconocido, se encontraba entre el público.
Él no se animó a decir una sola palabra. Prefirió seguir sentado, anónimo. No se reconoció en el autor del cuento, una promesa seria de la joven literatura argentina, según la escritora. “Un verdadero horror, demasiado real. La literatura es mucho más misteriosa y más extraña que la simple presencia física del así llamado autor”, escribió Piglia en su diario.
Parece haber tenido claro desde joven que lo suyo no era ir de escritor, sino escribir. Su conducta me trae a la memoria la actuación de Ravel durante una grabación de su cuarteto de cuerda. Al margen de que su comportamiento respondiera a un fallo fatal de sus facultades mentales, podría convertirse en guía de los artistas y, en concreto, de los escritores. En la sala de control hizo sugerencias y correcciones a su pieza musical. Al final, transcurrida la sesión, se volvió al productor, le dijo que la obra era realmente muy buena y añadió: “Recuérdeme el nombre del compositor.”
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.