Hay lágrimas y lágrimas. Con ellas, dependiendo de las situaciones, se
manifiesta remordimiento, miedo, dolor, rabia, hartazgo, impotencia, alegría, pena…
Algunas delatan a quienes las derraman. Otras no permiten averiguar las motivaciones
de los que lloran. Se puede, además, verter lágrimas por todo y nada. También
es posible fingir sentimientos con un lloro falso, encubridor de la
indiferencia. Pocos recelarán de quienes lloran en escenarios que lo requieren.
Sin embargo, la ausencia de lágrimas en tales circunstancias suele despertar sospechas,
como ocurrió, por ejemplo, en el caso de Meursault, protagonista de El extranjero, de Albert Camus. Cometió
un crimen aparentemente inmotivado contra un hombre, y en el juicio, enfocado
hacia su condena a la pena capital, se le acusa de haber dado muestras de
insensibilidad el día que enterraron a su madre.
Recuerdo ahora también un suceso significativo al respecto que vivió Mo Yan de
niño. Lo contó en su discurso con motivo del Nobel. Cursaba el tercer año de
primaria y la escuela organizó
una visita a una exposición sobre el sufrimiento. Los alumnos debían llorar,
según las órdenes del profesor. Para que este advirtiera su obediencia, Mo Yan
no quiso secarse sus lágrimas. En la sala vio cómo unos compañeros de clase se
mojaban a escondidas los dedos en la boca y se pintaban dos líneas de lágrimas
en la cara. Entre todos los que lloraban, ya fuera de verdad o de manera
hipócrita, descubrió de pronto a un alumno que no mostraba ni una sola lágrima.
Ni siquiera se tapaba el rostro con las manos para simular tristeza. Tenía una
expresión de sorpresa y los ojos bien abiertos, como si no entendiera. Más
tarde, le denunció Mo Yan ante el profesor y el colegio decidió castigarlo.
Muchos años después, el futuro escritor confesó a su profesor la pesadumbre que
le causaba este acontecimiento. Supo entonces que más de una docena de alumnos también
había acusado al compañero.
Este niño murió hace mucho tiempo, pero
cada vez que Mo Yan recuerda la anécdota, se siente muy apenado. Aprendió,
dijo, una gran lección con este asunto: “Aunque todo el mundo llore, debemos
permitir que haya personas que no quieran llorar. Y como hay otras que fingen
sus lágrimas, entonces debemos sentir una especial simpatía hacia los que no
lloran”.