Parece
cierto que casi nada es lo que parece. Me viene a la mente este pensamiento
después de asistir a la siguiente escena: un joven de unos 17 años patina en un
skate por la acera. Dos policías levantan la mano, corriendo tras él, y
le ordenan detener la marcha. Estoy en la acera de enfrente, mientras observo
cómo el joven se quita la mochila de su espalda y hurga en ella. Supongo que
busca su carnet de identidad para mostrarlo a los polis. ¿Por qué diablos lo
han parado? No sé si está prohibido circular en una tabla por la acera. O tal
vez sea su apariencia medio hippie la que ha llevado a sospechar algo malo de
él a los polis. ¿Qué pensarían otros, si estuvieran contemplando también este
suceso? Un hombre se aproxima desde uno de los extremos de la acera donde estoy
plantada y, viéndome mirar, detiene su caminata. Se coloca a mi lado, mira al
frente y de pronto emite su juicio: “Seguro que es un chorizo y esconde en su
mochila lo que acaba de robar.” Con la misma, sigue caminando.
Me alejo de la zona como una forma de distanciarme también de las preguntas. Algo activa en mi memoria el recuerdo de una anécdota leída hace muchos años en el relato Algo por lo que recordarme, de Saul Bellow. Si ahora la memoria no falsifica del todo la evocación de aquel pasaje, veo a ese adolescente del relato llevando una vida desenfrenada que no se corresponde con su edad. Un día huye de su casa en busca del jolgorio callejero, dejando atrás a su madre moribunda en la cama. No sé si para huir del penoso trance de verla morir, prolonga su diversión y se monta su fiesta particular. Acepta mantener relaciones sexuales con una mujer y vive entonces su primera experiencia sexual. Cuando regresa a casa, su padre abre la puerta y lo recibe con una fuerte bofetada.
Si
hubiésemos presenciado cualquiera de nosotros ese instante del bofetón, ¿qué
habríamos pensado? ¿De qué lado nos habríamos puesto? ¿De parte del
adolescente o del padre?
Es
probable que nuestras particulares versiones de los hechos confirmaran la
capacidad de los malentendidos, de los prejuicios, para construir nuestras
verdades. El adolescente del relato se alegra de la bofetada recibida. Si su
padre le hubiese dado un beso, habría sabido que su madre ya había muerto.