jueves, 22 de marzo de 2012

AIRE DE DYLAN, DE ENRIQUE VILA-MATAS



Tal vez una de las opciones modestas de rebeldía frente al principio de la realidad establecido sea un simple cruzarse de brazos. A modo de gesto de negación a ser un eslabón más de la cadena de la sociedad del espectáculo, decidirse por la indiferencia y no hacer nada. Es un interrogante que me asalta después de acabar la lectura de Aire de Dylan, de Enrique Vila-Matas.

¿Cuánto hay de real en la realidad? se pregunta en esta novela el joven Vilnius, aspirante a ser gandul como Oblomov, personaje ejercitado en el arte de encogerse de hombros. No es una pregunta baladí. Frente a la cultura del esfuerzo que le hace el juego a la tiranía de los dueños del mundo y de la realidad mediática, cabe replegarse, tal y como lo hacen en este libro Vilnius y los miembros de su fundada sociedad infraleve y ligera “Aire de Dylan”.

También se puede elegir contra el ruido del gran teatro del mundo apartarse de este sin moverse de sitio. Ir muy lejos quedándose quieto entregado al trabajo secreto con la conciencia. Es lo que hacen, según se lee en Aire de Dylan, los escritores, sabedores de que la vida en sus múltiples voces es otra cosa bien distinta de la realidad unidimensional en manos de unas élites canallas.

Sobre ello, entre otras tantas cosas, habla esta novela de estilo narrativo fluido, cargada de humor, ligera y a la vez honda. Sostenida en una afinada trama polifónica hamletiana impregnada de vida y literatura, sus protagonistas se mueven en ese terreno resbaladizo de la propia identidad, tan inalcanzable en su presunta unidad como el sospechoso relato autobiográfico. En este caso, autobiografía doblemente falsa, pues a la impostura de toda autobiografía señalada por Vila-Matas, se une el intento de la sociedad "Aire de Dylan" de escribir unas memorias apócrifas de un escritor muerto. Escritor de múltiples personalidades en una, que proclama: “Lo real es solo teatro, y nada somos sin la memoria que siempre inventa.” No importa si para fracasar, pues, como apunta Vila-Matas, el fracaso es tanto el destino de los mortales como sinónimo de la literatura en general.