viernes, 9 de marzo de 2012
RELATOS DE AIRE Y OTROS TIGRES, DE CRISTINA R. COURT
El jueves día 8 de marzo se presentó en la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria el último libro, publicado en ediciones Idea, de Cristina R. Court. Su título: Relatos de aire y otros tigres.
En el acto intervinieron, además de la autora, Eduvigis Hernández Cabrera y Elisa Rodríguez Court.
Aquí abajo los textos de las tres durante la presentación del libro:
CRISTINA R. COURT
Presentación Relatos de aire y otros tigres
Este libro aspira ser con humildad, ligera, grave y disoluta música de cámara. Este libro acerca una prosa poética que no se castiga con limitaciones de géneros y rescata el acontecimiento íntimo de un yo plural de voces.
Se concitan en estos relatos de aire las escalas de una mirada interior, el sentido de la pérdida, la celebración del vínculo con el otro y otros restos de naufragios.
“Relatos de aire”, porque su traslación al lenguaje se emplaza más allá de la contingencia de lo real. “Y otros tigres”, porque la autora quiere establecer un guiño con el diverso campo simbólico de este animal totémico, como deuda de amor a la tradición imaginaria en la que nos inscribimos.
Y así con esta imagen, reivindicar la travesía de los descreídos, la percepción de los fabuladores que se alzan sobre la pesadez del mundo.
Estos relatos siguen proliferando lo que a la autora ya le interesaba como itinerario narrativo en sus libros anteriores: agarrar por el cuello en el lenguaje al intervalo, realidades veladas que suceden todo el rato, y que adquieren una significación y presencia para una resuelta y misteriosa atmósfera literaria.
Siendo, por tanto, el elemento autobiográfico irrelevante, sin embargo esta escritura no puede sustraerse de su propia memoria, una suerte de recreación y filtración de la mirada, entrelazada ineludiblemente con los demás como destino.
La delicada traslación del otro en el relato es lo que aquí miramos: África, Caribe, criaturas turbadas, dichosas, devastadas y tantas otras islas.
Creo que todo libro se propone como una deuda de amor con todos los que nos agarraron por el cuello en el lenguaje y nos conmovieron.
Quiere esto decir, que uno es deudor de lo que hemos dado en llamar la tradición, una suerte de concatenación de experiencias del desvelamiento de la realidad y su representación, en la que nos inscribimos.
Siempre supe que el instrumento que quería tocar era el lenguaje. Sin ánimo de ponerme trascendente, fue un deslumbramiento instintivo por la palabra. Las infancias desdichadas se predisponen con más virulencia hacia una fuga que te permite soportar la insuficiencia de la realidad y menguar el dolor. De modo que la literatura desde siempre se constituyó en mi medio de transporte hacia la plenitud, la lucidez y la melancolía.
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EDUVIGIS HERNÁNDEZ CABRERA
La mirada se cuece lento
“La mirada se cuece lento” leemos en uno de estos relatos felinos de Cristina R. Court. Sin duda, la escritura, también.
Al menos, la escritura de Cristina es de las que deben al transcurso del tiempo, vale decir, a la experiencia y a la sabiduría del re-poso, su fundamento y su razón de ser.
El aprendizaje es largo y el camino puede estar plagado de escollos. Y ya se sabe, no es fácil elevarse para sortear los obstáculos. Aunque, ¿quién dijo que el tropiezo acarrea siempre malas consecuencias?
Para descubrirse otra, para habitar el otro universo que depara el hecho de escribir es preciso, quizá, soportar caídas sucesivas, verse y saberse en el dolor y ser luego capaz de escribirse.
Sí, “la vehemencia es heroica”, tal como aquí se dice, y la persistencia en la exploración incisiva del mapa que nos conforma no lo es menos, en particular cuando ese mapa se desdibuja con cierta frecuencia inexplicable.
Que la infelicidad da mucho más “juego” en literatura que la euforia ya lo sabíamos, pero haber padecido no garantiza la recreación certera mediante el uso de la palabra.
Y la palabra puede ser tristeza, duelo, fuga, o catástrofe, desconsuelo y corazón roto, hablar de ausencias definitivas y de lo que se pierde. La autora, en efecto, acuerda con Céline que “lo interesante ocurre en la sombra”, y consigo misma que los excesos del sentimiento acaban por dilapidarlo.
Sin embargo, no basta con efectuar un recuento de la erosión propia de la sustancia humana; hay que saber contarla.
El gran acierto de estos relatos aéreos es su cuidada arquitectura verbal, que no revela estridencias ni aun cuando descubre paisajes desolados, que no despliega aristas aunque recree temores y desamparos.
Estos textos respiran lejos del rencor y de la hiel, pues la madurez consiste tal vez en alcanzar la conciencia necesaria para volverse ecuánimes y permitirnos aspirar al equilibrio.
Ya que la escritura es vida y la vida es escritura, Relatos de aire y otros tigres nos ofrece un corto viaje existencial, sustancioso, literario, real cuanto más ficticio y viceversa.
Podríamos deducir que el ejercicio de la literatura no constituye casi nunca un paliativo aconsejable: es preciso hundir bien el afilado bisturí para luego aplicar el bálsamo adecuado. No existe mejor remedio que continuar hurgando y escribiendo, para el propio -y ajeno- bienestar y biensaberse.
Al final, “la esencia de todo aprendizaje” es “el principio esperanza” como concluye Cristina, el principio que motiva y recompensa el proceso de educación sentimental y reflexiva.
Si no hay que “pedir excusas por alcanzar el imperativo de la dicha”, las mismas se solicitan si estas impresiones de una lectora resultan desacertadas.
El único modo de averiguarlo es leyendo ustedes este libro.
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ELISA RODRÍGUEZ COURT
Porque por imperativo de la dicha, aquí se viene ya llorado
“Cuánto dura aún el futuro, hermano mío”, se duele la narradora en uno de los pasajes de Relatos de aire y otros tigres ante la pérdida de un hermoso amigo. Y hago referencia intencionada a la narradora como un modo de distinguirla de la autora de esta obra, Cristina R. Court. Porque si es cierto que este libro contiene autobiografía, de ninguna manera lo considero autobiográfico. Si acaso hablaría de autoficción o autobiografía bajo sospecha, términos acuñados por escritores como Ricardo Piglia o Enrique Vila-Matas. Porque, tal y como estos apuntan, incluso en el caso de que un escritor quisiera hablar de su vida, tendría que traducirse antes a sí mismo. Dejaría, pues, de ser él para, volviéndose otro, crear en la ficción una realidad nueva. Por tanto, Relatos de aire y otros tigres es un libro de ficción en el que Cristina ha pasado por un tamiz fragmentos del hecho de existir (entendido en un sentido amplio, que abarca también el bagaje literario propio de quien ha sabido digerir la literatura hasta fundirla con la vida), alcanzando una particular y peculiar voz narrativa. En su caso, bajo una prosa limpia, sugerente y cargada de bellas e inquietantes figuras poéticas.
Regreso a la frase que he elegido del libro para abrir este texto: “Cuánto dura aún el futuro, hermano mío.” Una elección por mi parte nada inocente, porque alude, en mi opinión, a la estancia en la que escribe Cristina: el futuro. Futuro, dicho sea de paso, con el que nada más nacer llegamos a la vida. En él toma asiento esta escritora para, tomándole la delantera al vértigo del inevitable último salto, saldar cuentas con la parte más innoble de la vida, retirar anclajes engañosos y ejercer el derecho a depurar la luz cegadora que impide ver que "todo lo interesante ocurre en la sombra". Es, a la vez, un modo de situarse en el ámbito de la anticipada reparación de cualquier perspectiva de acritud o resentimiento, así como una forma de desplegar el olfato en la detección de ánimas rancias que todo lo intoxican. Entre otros, seres que, a base del abuso de razón, extraen como vampiros la sangre ajena.
En última instancia, Cristina blande su mirada alta desde algún rincón del mundo, hecho de manso futuro, que le permite arrancar las vendas a sus ojos, contemplar la existencia a la cara sin temor y afirmarse en la vida. Se trata, en sus palabras, de hincarle el diente a la magdalena de Proust para que todo vuelva a modo de larga deuda de amor, y de vivir entre la gente que tiene la cara de la gente que ama a la gente. Con sus alegrías, fracasos, nostalgias, sueños y pérdidas. En definitiva, con todo lo que nos hace, sabiendo que la vida, lejos de ser una suma, es una resta, y sabiendo también que la vida, una paradoja, da tanto como quita. Mientras tanto, se impone el instante vertical del presente frente a toda lógica de inmolación, a todo desafecto y a esa mortecina tentación por la costumbre.
El libro de Cristina es un viaje que contiene otros tantos, reales, fabulados y reinventados que se emprenden hacia diversos horizontes. Como ella escribe, somos capaces de realizar el viaje más extremo con tal de imaginarlo. Es cuestión, por tanto, de gozar, en sus palabras, del privilegio del viaje, que indica no pedir excusas por alcanzar el imperativo de la dicha. Una dicha que, como un caleidoscopio, lleva asimismo el nombre de la nobleza del fracaso y del retiro voluntario. También el del dolor de reina, una vez que se ha desprendido uno bien de la pulsión por desaparecer, bien de la búsqueda del consuelo de los viajes iniciáticos, para flotar más allá de las contingencias de este mundo. Sin olvidar que "por imperativo de la dicha, aquí se viene ya llorado".