viernes, 2 de octubre de 2015

CÓMO APRESAR LAS MARIPOSAS DE ELISA RODRÍGUEZ COURT. POR ELSA LÓPEZ.





                                                     
                                                   SOBRE DIME QUIÉN FUI


 

En la imagen: Juan Manuel García Ramos, la autora y Elsa López en el Ateneo de la Laguna, Tenerife.


CÓMO APRESAR LAS MARIPOSAS DE ELISA RODRÍGUEZ COURT

POR ELSA LÓPEZ *


No comparto esa fórmula literaria de forzar el distanciamiento que tanto gusta usar Elisa Rodríguez Court. Ya lo hizo en Decir noche, y allí hacía una confesión que recogí entonces y hoy vuelvo a tomar prestada: “Confieso que soy una cazadora de escrituras… Yo, la narradora de este jardín de estatuas sin ojos, saco provecho de los escritores y permanezco invisible a sus ojos. Robo citas e ideas de libros. También versos. Me apropio de palabras y las conservo como si fueran mías, a la espera de alguna ocasión para darles otra vida en mis textos”. Ella no lo niega y se hace eco de sus propias palabras para volver de nuevo a jugar al escondite con sus textos preferidos, sus citas obsesivas, su obsesiva manía de esconderse o escudarse detrás de los otros. “Yo buscándome en los otros, porque solo leyéndolos soy capaz de forjar la propia voz... Releo pasajes y frases que he ido subrayando, así como mis anotaciones en los márgenes de las páginas. Elijo un tema y busco algún nexo entre las ideas a fin de elaborar un texto propio…. Leo y escribo. Lo hago, no a pesar de la soledad, sino porque la soledad es mi compañía”.

Ahora en su novela Dime quién fui esa fórmula me incomoda porque me hace romper el hilo de una historia que me engancha y tira de mí desde sus primeras páginas. Y por eso, cuando comprobé que la historia me atraía, hice lo que ella nunca pensó que hicieran sus lectores: leí la historia de un tirón saltándome las citas incrustadas en el texto, pegadas al texto como una lapa a las rocas. Luego volví a ellas. Me senté en la orilla de su historia y vi batirse el mar contra las rocas y vi las lapas incrustadas sobre ellas aguantando las embestidas del agua. Pensé en Elisa Rodríguez Court y en sus lapas asiéndose a las rocas. Pensé en esta mujer que no se doblega ante nada y defiende su escritura y a sus autores con todas sus garras. Y sentí por ella esa ternura que sentimos los padres cuando vemos a los hijos arriesgándose en la orilla con su paciente manía de guardar la arena en un cubo de plástico. Y me imaginaba a Elisa con su palita de plástico escarbando en sus libros de cabecera, buscando párrafos, frases, letras que le dijesen algo, que le atrajesen como un imán los pensamientos y las similitudes con lo que estaba tramando su cerebro. Sentí por ella de nuevo la admiración y el respeto que se siente por un coleccionista concienzudo y erudito. Como mariposas cada texto clavado en su alfiler correspondiente. Textos de otros, hermosos y brillantes, atrapados en un tapiz de colores y de ideas. Como mariposas, si.

A continuación, acometí la empresa de una segunda lectura jugando a leer lo escrito por Elisa Rodríguez Court y lo escrito por los autores citados; la correspondencia directa o implícita de la historia con las citas respectivas; la relación de la mente de la autora y su conexión con la mente de aquellos que ya se expresaron antes que ella sobre lo escrito por ella. Un juego extraño en el que me vi envuelta. ¿Y yo? ¿Qué hubiera dicho o pensado yo como lectora en una nueva versión? ¿Y si yo escribiera sobre lo escrito por los que ya lo habían hecho? Una cadena infinita de infinitas posibilidades de palabras y pensamientos. Una fiesta, al fin y al cabo. Literatura, en suma. La vida y sus manifestaciones, son una cosa. Escribir sobre ellas, otra. Indagar sobre lo escrito, otra que nada tiene que ver ya con la vida pero sí con la construcción mental de nuestro universo.


Empujada por esa ternura de la que hablaba más arriba, fui leyendo las citas una por una y relacionándolas con el contexto. Fui estudiando sus significados, su pronunciamiento, su relación y su medida con los hechos que las rodeaban. A lo largo de la lectura de Dime quién fui, me fui sintiendo atrapada en ese juego en el que la autora se empeña en que participemos todos. Un ejercicio de dialéctica pura; de puro diálogo entre los personajes, las citas, Elisa, yo, y el mundo que nos rodeaba. Y así como Enrique Vila-Matas llega a confesar en El mal de Montano que el narrador sufre un mal que consiste en estar enfermo de literatura, Elisa, igualmente fiel seguidora de Vila-Matas, ha contraído, voluntariamente, esa misma enfermedad. Enfermedad que contagia a quien la lee a ella. No sé si lo sabe y lo hace a conciencia o es una trampa en la que cae y luego nos arrastra a los demás.

Un día fue Lord Chandos atrapado entre las estatuas, hoy es ella misma la que queda atrapada en su propia escritura y este libro en el que pretende contarnos una historia como si no fuera la de ella, que intenta alejarnos del dolor como si el dolor no le perteneciera, se acaba convirtiendo en el dolor de ella misma plasmado en el relato de una vida que se extingue delante de sus ojos, la del padre, cuando lo más acertado sería pensar que lo que allí se narra es el diario de su propia destrucción.

La novela cuenta la historia de un anciano internado en una residencia con una demencia senil que le hace perder sus capacidades y conducirlo a la agonía y la muerte. Isabel, su hija, una lectora empedernida, se deja llevar por los pensamientos de quienes le aportan una luz, un ligero destello a sus razonamientos. La literatura es su única salida, confiesa. Las palabras de los otros que no son más que su alter ego interior, son sus únicas aliadas frente al dolor y la desesperación. Ellas son su única liberación. La misma liberación que la Elisa Rodríguez Court confiesa haber sentido en muchas ocasiones gracias a la literatura. Por eso justifica las citas. En realidad su verdadero deseo es escribir una novela solo con citas. La historia es algo secundario que le vale para buscar en los otros sus propios pensamientos. Así, la protagonista cuando dice: “Adicta a la lectura, intercambio libros con otros viajeros inmóviles” (Pág. 62). “Alguna vez soñé con escribir una novela valiéndome de las citas que colecciono. Imaginé un texto intercalado por frases literarias. Citas que ironizan, contradicen o amplían pasajes del libro. Pensé en ese procedimiento como una forma de combinar la secuencia narrativa con las voces de numerosos escritores. Es un formato que permitiría el despliegue de la narración hacia nuevos universos posibles. Al final desistí del propósito. No soy capaz de escribir la buena literatura que leo.” (Pág. 161).


En Dime quién fui, la autora se construye un mundo poblado de recuerdos que la presencia del padre reaviva constantemente.
Los recuerdos pueden hacer que lo olvides todo.  Dice la autora citando a Rodrigo Fresán. Y, en medio de los recuerdos, aparecen las dudas, las interrogaciones: “¿Cómo puede emerger de las cenizas algún recuerdo?” (Pág.56). Aparece la desesperación: “Cada uno muere de su propia muerte.” (Pág.26). “Hoy me resultaba patético seguir fingiendo… Por mí que se muera.” (Pág.59). “¿Por qué los moribundos no terminan nunca de morirse?” (Pág.60). Aparecen el odio y el rechazo: “¿Por qué traté entonces de imponerles aquel espectro? El espectro de un padre que se merecía el olvido como una forma de venganza o perdón.” (Pág.88). Aparece el dolor de la pérdida: “No conseguía superar aquel sentimiento ilógico de pérdida. ¿Acaso recobré a mi padre? me preguntaba. Lo fui recuperando, mientras lo perdía.” (Págs.150-151). Y, finalmente, aparece la ternura: “¿Saben ellos y aceptan con naturalidad que su cuerpo es casi solo agua?” (Pág.95). Y, entonces, comprendí algunas cosas de las que pasaban por la mente de la autora y del porqué de las reacciones y pensamientos de la protagonista atormentada por el odio y la ternura hacia un padre déspota y olvidadizo, ausente de su vida y vuelto a ella por la necesidad egoísta de no morir como un perro. Quien ha vivido esa experiencia entiende el comportamiento de una hija que lucha entre el deber unido al amor nunca perdido hacia su padre y el rencor hacia quien la abandonó hace ya muchos años; un padre que regresa y la conduce al desasosiego y a la continua presión de unos sentimientos contradictorios; a una lucha interior que la lleva a considerar muchas de las emociones que sufre y a meditar sobre ellas obsesivamente.

          
Elisa escribe: “Escucho la respiración, último vestigio de sus lazos con la vida. Queda su voz de agua, limpia ya de incoherencias y fantasm­as. Voz líquida como nuestra condición originaria, en cuya sima solo nos espera morir ahogados. No sé cuánto tiempo va a durar. En breve desaparecerá del todo, convertido en un puñado de cenizas naufragando en altamar.” (Pág.105). “No hace falta experiencia para distinguir esa respi­ración peculiar, indicio de un desenlace inmediato. Es un resoplido penoso que recuerda las boqueadas de los peces fuera del agua.” (Pág.143).  Yo entro en el juego de leerla y de leerme. Mi padre murió de demencia senil y un día me dijo: “Señora tengo frío. Tengo agua aquí dentro”. Esa noche escribí un poema donde proyecté la angustia que había sentido al oírlo. Y cito para ella.



“En la cabeza de mi padre entró el mar una tarde.

Tengo miedo -me dijo-

la cabeza se me llena de agua y me deslizo a solas,

como los peces, intentando recordar lo que fui.

Tarareaba el viejo una vieja canción

subido a la cubierta del viejo trasatlántico.

Tengo agua aquí dentro. Como medusas frías.

Repetía incansable mirándose al espejo.

El viejo agonizaba enredado a las nasas de una cama de hierro

que iba, lentamente, hundiéndose en el agua.

Allí muerto o a punto de morir

paralizado el pulmón como las branquias,

los ojos acristalados y redondos

igual que los escualos que yo había visto de niña

boqueando en la playa,

recordé, de repente, sus palabras.”


(El exterminio. Mar de amores 2002)



¿Quién dijo miedo a la muerte? Miedo al silencio de nuestro cerebro, al agua derramada en nuestras cabezas, al olvido de lo que nos rodea. Esa es la muerte de verdad. Cita Elisa Rodríguez Court: Somos nuestra memoria, / somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. / Jorge Luis Borges. Cambridge. Elogio de la sombra. (Pág.95).


Con su primera novela,
Decir noche, me quedó un cierto movimiento de seres traslúcidos paseando entre las estatuas. Con Dime quién fui me queda el agua llegándome a las rodillas y el frío de la muerte y el dolor inconfundible de la pérdida. Y, sobre todo, la angustia del olvido. Pero a pesar de todos estos sobresaltos del alma que Elisa me procura, debo terminar diciendo que la lectura de su novela me ayuda, una vez más, a creer en la fuerza de la literatura.


* Intervención de Elsa López durante la presentación de Dime quién fui en el Ateneo de La Laguna, Tenerife. Septiembre, 2015.- 

Dime quién fui. Elisa Rodríguez Court. Editorial Verbum. Madrid, 2015.
Portada: Rafael Hierro.
Contraportada: Enrique Vila-Matas.