Suspiré de
alivio cuando Joseph Grand, entrañable personaje secundario de La Peste,
novela de A. Camus, logró recuperarse de la enfermedad. Acometido por la fiebre,
padecía síntomas de esa terrible peste que asoló a Orán durante largos meses.
Vino a caer enfermo casi al final de la novela, páginas antes de esfumarse la
peste y abrirse de nuevo las puertas de la ciudad que habían sido cerradas por
temor a que se expandiera la epidemia.
Anteriormente fueron muchos los muertos
y enormes el dolor y el sufrimiento. Al inicial autoengaño de la mayoría de la
población le sucedió un estado de miedo colectivo que terminó tornándose en
desesperanza e indiferencia. “Tenían miradas errantes, todos parecían sufrir de
la separación de aquello que constituía su vida. Y como no podían pensar
siempre en la muerte, no pensaban en nada. Estaban vacantes”, cuenta el
narrador del libro.
Joseph Grand es uno de los personajes altruistas que arriesga su vida para
intentar salvar a los enfermos. Cumple como empleado del ayuntamiento, ayuda a
la colectividad y es de los pocos a los que la peste no aleja de su verdadero
oficio: la escritura. A ella se entrega noches enteras, buscando el tono, el
estilo. Se tortura por encontrar la conjunción adecuada, los sustantivos, el
adjetivo. Amigo del doctor, saca de un cajón su manuscrito y le invita a leer
solo la primera frase. Esa, bastante larga, es la que le está dando trabajo,
dice. Mucho trabajo.
Cuando enfermó le rogó al doctor que le alcanzase su manuscrito, indicándole después con un gesto que lo leyese. Eran unas cincuenta hojas y todas no contenían más que la misma frase, la primera, indefinidamente copiada, retocada, enriquecida o empobrecida. En la última página, con esmerada caligrafía, figuraba la última versión de la frase. Tras oírla, Grand se agitó, enfadado. No estaba satisfecho con su elección de los adjetivos. Pensando que iba a morirse y ya no le quedaba tiempo, ordenó que quemaran el manuscrito. El médico obedeció. A la mañana siguiente recibió al doctor sentado en la cama, sin fiebre y recuperado. Le dijo entonces: “¡Ah!, doctor, hice mal. Pero lo volveré a empezar. Me acuerdo de todo, ya verá usted.” Da igual, habría querido yo decirle, recordando las célebres palabras de Beckett: “Jamás fracasar. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.”
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO LAS PALMAS.
Cuando enfermó le rogó al doctor que le alcanzase su manuscrito, indicándole después con un gesto que lo leyese. Eran unas cincuenta hojas y todas no contenían más que la misma frase, la primera, indefinidamente copiada, retocada, enriquecida o empobrecida. En la última página, con esmerada caligrafía, figuraba la última versión de la frase. Tras oírla, Grand se agitó, enfadado. No estaba satisfecho con su elección de los adjetivos. Pensando que iba a morirse y ya no le quedaba tiempo, ordenó que quemaran el manuscrito. El médico obedeció. A la mañana siguiente recibió al doctor sentado en la cama, sin fiebre y recuperado. Le dijo entonces: “¡Ah!, doctor, hice mal. Pero lo volveré a empezar. Me acuerdo de todo, ya verá usted.” Da igual, habría querido yo decirle, recordando las célebres palabras de Beckett: “Jamás fracasar. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.”
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO LAS PALMAS.