Me cuenta un amigo, casado, que cuatro años atrás
decidió comunicarle a su mujer que ya no sentía ganas de mantener relaciones
sexuales. “¿Con ella o en general?”, le pregunté. “Cuestión de pérdida de
libido, aduje a mi mujer, pero en verdad sigo conservando, y de forma intensa, el
deseo sexual”, me respondió. A continuación confesó que lleva justo cuatro
años perdidamente enamorado de otra mujer con la que sostiene encuentros
sexuales secretos. Ambos son amantes.
Recordé entonces una escena de El museo de la
inocencia, novela del escritor turco Orhan Pamuk. En ella Sibel convierte
en cuestión imprescindible que su novio Kemal Bey acuda al psiquiatra. Se
acaban de comprometer y Sibel lo encuentra muy deprimido y raro. Desconoce,
además, el motivo por el cual él se ha abstenido en los últimos tiempos de un
contacto sexual con ella. No sabe que su novio ha estado manteniendo hasta
fechas recientes una relación clandestina con Füsun, una mujer que finalmente
decidió esfumarse tras la petición de mano de la pareja.
A Kemal Bey todo le recuerda a Füsun, de la que está locamente enamorado y a la
que ha perdido. Se siente destrozado y no es capaz de revelárselo a su novia.
Tampoco logra explicitar su situación en la consulta del psiquiatra a la que
termina acudiendo. Dice en el libro:
Tras hablar un poco de naderías y de
rellenar escrupulosamente el necesario formulario, cuando el médico me preguntó
por ´mi problema´ me apeteció por un instante decirle que me sentía tan solo
como un perro enviado al espacio porque había perdido a mi amada. Pero en
cambio le dije que mi problema era que después de la petición de mano no podía
hacer el amor con mi linda y atractivísima novia, a quien tanto quería.
Él
me preguntó por el motivo de mi inapetencia. Hoy años después de aquello,
todavía sonrío al recordar la respuesta que se me vino repentinamente a la
cabeza inspirada por Dios y que también encuentro bastante acertada: