Del sentir y del decir
ELISA RODRÍGUEZ COURT PUBLICA 'LA FIESTA DEL TEDIO', NOVELA METALITERARIA DONDE UN HOMBRE Y UNA MUJER COMPARTEN LA OBSESIÓN LECTORA POR CLARICE LISPECTOR
JUAN-MANUEL GARCÍA RAMOS
En 2012, Elisa Rodríguez Court sorprendió a sus lectores con una novela extraña, metaliteraria, donde lo que se venía a cuestionar era la misma posibilidad de la literatura, esa tensión que siempre se da entre sentir y decir. Decir noche era un diálogo fecundo de la narradora, Beatriz, cuya vida intemporal transcurre en un jardín de estatuas sin ojos, con otros muchos escritores que ella ve, aunque su figura permanezca invisible para los demás, y que entran y salen de la narración para aportar sus testimonios al debate iniciado por Lord Chandos, debate en el que también interviene, de manera insistente, Emily Dickinson, encerrada en su cuarto, pero con una ventana que da al tan traído y llevado jardín de las efigies ciegas, lo que le permitirá a la narradora convertir a la poeta estadounidense, casi inédita en vida, en la vecina más cercana del atribulado Lord Chandos y en su virtual interlocutora.
En 2019, Elisa Rodríguez Court regresa con otra entrega no desvinculada del anterior ejercicio literario para demostrarnos la fecundidad de su duda epistemológica: ¿se puede decir en su totalidad todo aquello sentido y pensado?
Esta vez otra narradora de mediana edad se dispone a escribir la historia de un amor frustrado con un hombre de su generación durante algunos meses en un chalet de las afueras de una población innominada. Esa narradora insiste una y otra vez a lo largo de su texto que trata de escribir en privado una "autobiografía disfrazada de autobiografía y antes me he vaciado de lágrimas" Y nos precisa los detalles de su trabajo: "Como quien se abstiene de comer determinado fruto, pero conserva su sabor en la memoria, yo escribo con el recuerdo de mi llanto".
Esa mujer y ese hombre comparten una lectura casi obsesiva de la brasileña de origen ucraniano Clarice Lispector. Su novela La pasión según G.H., publicada por primera vez en 1964, donde Lispector confiesa, en una búsqueda desesperada de identidad y mediante un monólogo absorbente que lo indecible solo le será dado a través del lenguaje.
Y es al lenguaje, a la verbalización, a lo que se agarra la narradora de esta novela de Elisa Rodríguez Court para valorar el sentido de ese amor compartido que poco a poco ha ido saltando por los aires. Un minucioso ejercicio de introspección acompañado de una tonalidad expresiva que solo parece inventariar la sorpresa y también la nostalgia de lo sucedido entre esos dos seres unidos por la pasión lectora (Foucault, Barthes, Deleuze, Kafka, Wallace el estadounidense, Duras, Juarroz...) y el destello de una atracción que ambos reconocen extinguida.
Las páginas de esta novela de Rodríguez Court no relatan sino ese suceso, por otra parte tan convencional: una mujer y un hombre se enamoran y se desenamoran, y es ella la que se ocupa de dar cuenta del asunto. Pero es en el esfuerzo por detallarnos todos los estados del alma activados en esa relación ya rota donde se encuentra la vitalidad y la trascendencia de la obra. En el estilo.
La narradora de La fiesta del tedio (Islas Canarias, Viceconsejería de Cultura y Deportes, Colección Agustín Espinosa, 2019) así lo reconoce en una discusión literaria con su amante: "Lo más importante en literatura es el estilo, capaz de mover montañas". Y en la capacidad expresiva de Rodríguez Court está la clave de esa fiesta del tedio. En mantener una tonalidad persuasiva sobre sabidurías, emociones, sensaciones, sensibilidades, instintos, obsesiones, sufrimientos y dichas, errores y terrores, que todavía no han alcanzado su condición lingüística, como ya sucediera en su obra anterior, a la que se alude dentro de La fiesta del tedio (página 105).
Noam Chomsky ha afirmado desde su talento intelectual y desde la contundencia de sus juicios que el lenguaje para él es una capacidad cognitiva del ser humano, depende de la capacidad innata de la mente humana. Pero hay personas que se expresan con unos cientos de palabras y hay otras capaces de poner en funcionamiento todo el caudal de enunciados que poseemos para registrar la complejidad de la vida humana.
Rodríguez Court ha hecho en La fiesta del tedio un derroche de facultades lingüísticas sin caer nunca en la facilidad del erotismo ni de las tramas negras, ahora tan en boga, para demostrarnos con una madurez cada vez más asentada que todavía podemos seguir amando a la literatura como experiencia límite de todo lo que el lenguaje humano puede llegar a descubrirnos sobre la tristeza y la grandeza de nuestra existencia. Estas son las palabras con las que cierra su novela: "Me pregunto también si en realidad escribo esta autobiografía disfrazada de autobiografía para que las horas pasen con rapidez porque me siento incapaz de emprender una nueva vida.
FUENTE: LA PROVINCIA. CULTURA.
FUENTE: LA PROVINCIA. CULTURA.