Cuenta
el poeta Mark Strand que en una ocasión le propuso a su madre leerle en voz
alta algunos poemas de Wallace Stevens. Comenzó por “La idea de orden en
Key West” y al poco cerró su madre los ojos. Sentada en el sillón, con la
cabeza ladeada, se quedó dormida. O tal vez simulase estar durmiendo.
No pretendió Mark Strand relatar esta anécdota para burlarse de su madre, de ninguna manera. La incapacidad de ella para responder como a él le habría gustado, escribe, es, en realidad, la que padecen casi todas las personas. Nada nos prepara para la poesía ni para el contacto con un lenguaje literario, distinto del habitual. Estamos antes preparados, parece ser, para percibir lo que ya sabemos. O suponemos saber.
Captar las ideas de un poema o una obra literaria requiere un buceo en la sustancia diluida en su trasfondo. Lo que se dice en el texto, aunque se usen palabras familiares, es desconocido. Hay que descubrirlo. Encender una luz en esa oscuridad invita a la lentitud y en una cultura como la nuestra, que fomenta la lectura instantánea, la comida rápida, los informativos fugaces y otras formas veloces de absorción, ¿para qué demorarse dando brazadas en un mar negro como la noche?
Quizá la madre de Mark Strand prefería sentir que tenía un control sobre un mundo en apariencia certero. “Si disponemos de los hechos –o los supuestos hechos –, podemos no solo proscribir la incertidumbre, sino también albergar la ilusión de que vivimos en un universo estático, en un mundo fijo y predecible”, escribe este poeta estadounidense. La literatura cuestiona un significado dominante con otros significados múltiples y constituye, qué duda cabe, una amenaza para el ansia de seguridad amurallada. Por eso tal vez sintiera la madre de Strand que estaría más segura dentro de su propia oscuridad que en la que le brindaba Wallace Stevens. Pero las certezas y simplificaciones no nos libran de la contingencia y del sinsentido. “Nos morimos, coño,” se dolió con razón otro poeta explorador de abismos.
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.
No pretendió Mark Strand relatar esta anécdota para burlarse de su madre, de ninguna manera. La incapacidad de ella para responder como a él le habría gustado, escribe, es, en realidad, la que padecen casi todas las personas. Nada nos prepara para la poesía ni para el contacto con un lenguaje literario, distinto del habitual. Estamos antes preparados, parece ser, para percibir lo que ya sabemos. O suponemos saber.
Captar las ideas de un poema o una obra literaria requiere un buceo en la sustancia diluida en su trasfondo. Lo que se dice en el texto, aunque se usen palabras familiares, es desconocido. Hay que descubrirlo. Encender una luz en esa oscuridad invita a la lentitud y en una cultura como la nuestra, que fomenta la lectura instantánea, la comida rápida, los informativos fugaces y otras formas veloces de absorción, ¿para qué demorarse dando brazadas en un mar negro como la noche?
Quizá la madre de Mark Strand prefería sentir que tenía un control sobre un mundo en apariencia certero. “Si disponemos de los hechos –o los supuestos hechos –, podemos no solo proscribir la incertidumbre, sino también albergar la ilusión de que vivimos en un universo estático, en un mundo fijo y predecible”, escribe este poeta estadounidense. La literatura cuestiona un significado dominante con otros significados múltiples y constituye, qué duda cabe, una amenaza para el ansia de seguridad amurallada. Por eso tal vez sintiera la madre de Strand que estaría más segura dentro de su propia oscuridad que en la que le brindaba Wallace Stevens. Pero las certezas y simplificaciones no nos libran de la contingencia y del sinsentido. “Nos morimos, coño,” se dolió con razón otro poeta explorador de abismos.
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.