Hay veces
que la vida está a la altura de la literatura y viceversa. Imagino a Véra
Slónim el día que acudió al baile benéfico en Berlín y conoció a Vladimir
Nabokov. Llevaba puesta una máscara negra de Arlequín cuando se presentó ante
él. Ocurrió en 1923, según se cuenta en Vladimir Nabokov. Cartas a Véra,
libro publicado por RBA, edición de Olga Vorónina y Brian Boyd. El año anterior
habían asesinado los fascistas al padre de Nabokov. Poco después sufrió este la
ruptura involuntaria de su compromiso amoroso con Svetlana Siewert. Es probable
que Véra, admiradora de su poesía, hubiese leído los últimos poemas que habían
visto la luz en publicaciones de la emigración rusa en Berlín. Reflejaban la
pérdida amorosa del escritor, pero al mismo tiempo su nueva disposición a
seguir adelante.
El día del baile no quiso Véra desprenderse en ningún momento de la máscara bajo la que ocultaba su rostro. Mujer bella, intentó evitar que la atención de Nabokov se centrara en su aspecto físico. Era capaz de recitar de memoria largos poemas y su sensibilidad se encontraba muy cerca de la mostrada por Nabokov en los versos. Lo cautivó esa noche. Tras el baile, pasearon juntos por las calles de Berlín y a los dos días partió Nabokov hacia Francia. Había encontrado allí trabajo. Pensó que un cambio de aire le vendría bien para recuperarse de la doble pérdida.
A la semana de estar fuera compuso un poema. Su título: “El encuentro”. El subtítulo: “encadenado por esta extraña proximidad.” Entre otros versos, escribió: “¿Qué reconoció mi alma en ti //que tanto me conmoviste?” Y también estos: “¿Acaso en tu momentánea ternura, // en el instantáneo movimiento de tu hombro// reviví la difusa imagen// de otros encuentros irrepetibles?”
Sabedor del seguimiento que llevaba Véra de su poesía, publicó un nuevo poema, destinado a una única lectora: ella. Acaba así: “Tristeza, y misterio, y placer, //como una remota oración… // El alma todavía necesita errar. // Pero, y si tú fueras mi destino…”
Lo fue y se entregó a Nabokov de forma incondicional sin caer en sumisión alguna. Como se dice en el libro del que han respirado estas letras, ella también imponía las reglas, sus condiciones.
FUENTE: LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS
El día del baile no quiso Véra desprenderse en ningún momento de la máscara bajo la que ocultaba su rostro. Mujer bella, intentó evitar que la atención de Nabokov se centrara en su aspecto físico. Era capaz de recitar de memoria largos poemas y su sensibilidad se encontraba muy cerca de la mostrada por Nabokov en los versos. Lo cautivó esa noche. Tras el baile, pasearon juntos por las calles de Berlín y a los dos días partió Nabokov hacia Francia. Había encontrado allí trabajo. Pensó que un cambio de aire le vendría bien para recuperarse de la doble pérdida.
A la semana de estar fuera compuso un poema. Su título: “El encuentro”. El subtítulo: “encadenado por esta extraña proximidad.” Entre otros versos, escribió: “¿Qué reconoció mi alma en ti //que tanto me conmoviste?” Y también estos: “¿Acaso en tu momentánea ternura, // en el instantáneo movimiento de tu hombro// reviví la difusa imagen// de otros encuentros irrepetibles?”
Sabedor del seguimiento que llevaba Véra de su poesía, publicó un nuevo poema, destinado a una única lectora: ella. Acaba así: “Tristeza, y misterio, y placer, //como una remota oración… // El alma todavía necesita errar. // Pero, y si tú fueras mi destino…”
Lo fue y se entregó a Nabokov de forma incondicional sin caer en sumisión alguna. Como se dice en el libro del que han respirado estas letras, ella también imponía las reglas, sus condiciones.
FUENTE: LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS