Cuando leí
días atrás sobre la concesión del premio Príncipe de Asturias de las Artes 2013
a Michael Haneke, me vinieron a la mente unas declaraciones suyas que hizo
recientemente a los medios. Se lamentaba de las críticas que consideran “muy
dura” a Amor, su última película. Dijo haber escuchado que mucha gente
no recomienda Amor a otros porque piensa que no soportarían su crudeza.
Ahora se ha
premiado a Haneke justamente por eso a lo que el mal llamado sentido común le
suele dar la espalda. El jurado ha resaltado su maestría para iluminar y
diseccionar aspectos sombríos del ser humano y de la existencia, tales como la
opresión, la violencia y la enfermedad. Se le reconoce su arte de abordar los
fantasmas interiores y conseguir provocar al espectador y llevarlo a
enfrentarse a los propios demonios.
Cuando supe
que le otorgaron el Premio a Haneke también me acordé de otras declaraciones
recientes de Enrique Vila-Matas en “Pienso, luego existo”, programa del canal 2
de la televisión española. Defendía este escritor la búsqueda de lo oculto y la
presentación de la verdad desnuda sin paliativos. Aquello que no querríamos
oír, aun sabiéndolo, porque no nos gusta.
Esta idea me remitió a unos versos de
Pablo Neruda de su poema No tan alto que invitan a darse de cuando en
cuando un baño de tumba. A ellos alude Jordi Soler en un artículo, recién
publicado en El País, sobre el reverso de la crisis. En él habla, en
última instancia, del lado luminoso que habita en la actual situación de
oscuridad. Un infierno, pienso ahora rememorando a Italo Calvino, escritor que
propuso dos maneras de no sufrirlo. Una, aceptándolo y volviéndose parte de él
hasta el punto de dejar de verlo. La segunda, su apuesta, buscar y saber quién
y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacer que dure y dejarle
espacio. Para ello se requiere saber detectar, en la medida de lo posible, los
aspectos sombríos de la realidad y de nosotros mismos, cuestión que me devuelve
a Michael Haneke.