jueves, 6 de diciembre de 2012

LA LINTERNA


En la cafetería contemplo a una mujer. Está sentada sola en la mesa de al lado y hunde su mirada en un libro. Apenas se mueve. La espío un buen rato. ¿Por qué se demora tanto en volver la página? Recuerdo, de pronto, un pasaje de Los apuntes de Malte Laurids Brigge de Rilke. En él cuenta Malte que de pequeño estaba de rodillas en la butaca para alcanzar la altura de la mesa sobre la que dibujaba. Era de noche y la única lámpara de la habitación era aquella que alumbraba sus hojas y el libro que leía junto a él su mademoiselle. Dice Malte:

Ella estaba muy lejos cuando leía, y yo no sé si era en su libro; podía leer durante largas horas, volvía raramente las páginas, y yo tenía la impresión de que bajo sus ojos las páginas se hacían sin cesar más llenas, como si su mirada hiciese nacer allí palabras nuevas, ciertas palabras que ella necesitaba y que no estaban allí. Imaginaba esto mientras dibujaba.

 
La mujer de la cafetería, ensimismada, sigue sumergida en su libro. Motivada por las palabras de Malte, pienso que está leyendo otro libro, el suyo propio, del mismo libro. Entonces me acuerdo de la escena de Anna Karenina viajando en un tren, descrita por Tolstói. Ella se acomoda en su asiento, se pone entre las rodillas un almohadón, cubre sus piernas con una manta, pide la linterna a su criada, saca de su bolso un cortapapeles y una novela, y se entrega a la lectura. Sobre esta escena ha escrito Enrique Vila-Matas:

Asocio la linterna de Anna con aquella peculiar luz propia, cuya necesaria existencia percibiera Paul Valéry cuando en sus Cuadernos consideró plausibles un tipo de obras que contaran con la iluminación propia del lector, es decir, un tipo de obras escritas sin pensar en darle algo a quien lee, sino, al contrario, pensando en recibir de él.

Obras hechas "para recibir un sentido, y no sólo un sentido, sino tantos sentidos como pueda producir la acción de una mente sobre un texto."

Fuente: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA/DIARIO LAS PALMAS