Si
cumpliéramos la promesa de establecer una cita con cada uno de nuestros amigos
o viejos conocidos, le faltarían días al calendario. Los tropezamos en la calle
y tenemos la rara costumbre de acordar vernos pronto. “¿Quedamos, ¿eh?”
“Ya nos vemos.” “Nos llamamos, seguro”. Son frases que solemos proferir
ambas partes durante ese intercambio casual y fugaz o en el instante de la
despedida antes de reemprender la marcha. Así procedemos, al menos a este lado
del Atlántico, la mayoría de los mortales. Sabemos, no obstante, que las palabras
se las lleva el viento y el día de la cita prometida difícilmente llegará.
Me dedico a rumiar los pensamientos anteriores después de leer un pasaje de Más allá del olvido, novela de Patrick Modiano. Un joven aspirante a escritor coincide en París con Van Bever y Jacqueline, su pareja. Traban amistad y terminan formando un vago triángulo amoroso. Para ser más exactos, el joven se enamora de Jacqueline y los dos tienen de vez en cuando algún encuentro íntimo y furtivo. Todos se citan a menudo en el café Dante, pero solo al principio. Al cabo de los días regresa cada uno a su vida y se reúnen con menor frecuencia. Una mañana acompaña el joven a la pareja hasta el hotel. Van Bever pronuncia un escueto adiós y Jacqueline le dice: “Nos vemos más tarde en el café Dante”. Ese “más tarde” tarda tiempo en cumplirse. Mientras tanto, el muchacho se ve condenado a esperarlos en vano una tarde y otra. En una ocasión posterior ocurrirá lo mismo. La pareja le despide con las siguientes palabras: “Hasta uno de estos días, en el café Dante.” El chico queda desconcertado y piensa que ella no quiere verle nunca más y que se ha convertido en un testigo molesto.
Si hubiera conocido la carta que le escribió T.W. Higginson, preceptor de Emily Dickinson, a su mujer, habría sabido cómo contestar. Cuenta él en la misiva haberle dicho a la poeta que volvería “alguna vez”. Ella respondió entonces: “Diga dentro de mucho tiempo, será antes. `Alguna vez´ no es nada.”
P.D.: Transcurrieron quince años hasta que el joven aspirante a escritor se tropezó de nuevo por azar con Jacqueline. Ella, ya separada de Van Bever, se había casado con otro hombre.