Imagen de Pedro Guerra
Se ha escrito mucho sobre la literatura
como refugio y espacio de libertad. Ah, la literatura, esa puerta
abierta hacia formas alternativas del mundo de lo real. Imagino ahora a
los lectores letraheridos ante la página oscura -impregnada de tinta negra, de noche- y me acuerdo de Ulrich, el protagonista de El hombre sin atributos,
de Robert Musil. Un hombre con sentido, no de la realidad, sino de la
posibilidad, extraño y no extraño a la época. "No tiene un sentido de
las posibilidades reales, pero sí de la realidad posible", se lee en el
libro. No persigue, ni consigue, lo que el común de la gente. Sin
embargo, no sufre por ello. "Sabe que lo que él busca no es asible, y lo
que encuentra de hecho podría ser de otro modo." ¿Acaso no hay más
porvenir en lo no consolidado que en lo consolidado, tal y como piensa
Ulrich?
Son ideas sacadas de contexto y, no obstante, podrían
retratar a los destinatarios de la creación literaria. Lectores
encerrados en sus cuartos a solas con su conciencia, que viajan sin
desplazarse, a través de la literatura. ¡Cuánta dicha en esa soledad, de
espaldas al ensordecedor ruido!
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