Admiro la relación paradójica que mantiene John Banville con su álter ego literario Benjamin Black. Ambos son el mismo escritor. Aunque firman con distintos nombres y sus personalidades son diametralmente diferentes, Benjamin Black es el Mister Hyde que lleva dentro el escritor irlandés. Mientras el primero sale por las noches y asesina gente, el otro se desvive concentrado en su despacho escribiendo.
En una entrevista se lamenta Banville de la rapidez con que publica Black sus novelas policiacas. Él, por el contrario, tarda años en escribir un libro. No parece extraño cuando el resultado son auténticas joyas literarias. De ahí su intento de mantener a raya a su álter ego. No debe inmiscuirse en su escritura de corte opuesto, por mucho que también escriba bien.
En alguna ocasión ha tenido John Banville que interrumpir una novela para trabajar en una nueva de Benjamin Black. Lo ha hecho temeroso y apenado por pensar que durante ese intervalo pudiera perder el hilo de la suya y después no lograr continuarla. Sin embargo, al mismo tiempo y para no volverse loco, aferrándose a la convicción de que eso no sucederá.
Al margen de posibles motivos personales ocultos en el curioso desdoblamiento de su personalidad, John Banville necesita de su hermano oscuro, como él lo llama. Es él quien le da la paga. "Últimamente me está fallando", ha declarado recientemente. "Espero que me saque las castañas del fuego, que para eso está".
Gracias a él puede entregarse plenamente a la creación literaria. Le exaspera, pero con suma generosidad respeta su propia firma y no se apropia de su identidad.
Me ha venido a la mente la admirable relación de John Banville con Benjamin Black después de haber estado reflexionando sobre el sinfín de personas que trabajan para otras.En concreto, hombres y mujeres a los que se les chupa la sangre sin que se les reconozca su labor.Una vez que sus nombres han quedado disueltos en la gloria que lleva la única firma de sus vampiros, se les arroja a la invisibilidad. Sin escrúpulos.