domingo, 29 de mayo de 2016

`VIAJE A LA NADA´. ELSA LÓPEZ.

















  VIAJE A LA NADA. ELSA LÓPEZ. Ediciones Hiperión. Madrid, 2016.-




                   

DAVID FOSTER WALLACE






La lectora levanta la cabeza del libro. No salgas ahora, te lo pido, le ruega a la artista Karen Green. Está leyendo las últimas páginas de Conversaciones con David Foster Wallace y ha detenido por un momento la lectura cuando Karen Green está a punto de ausentarse de su casa. Por favor, no te vayas, le insiste a la mujer de este escritor. En ocasiones anteriores él fracasó en su intento de quitarse la vida. Todavía puede salvarse, piensa.


La pareja se casó felizmente apenas cuatro años antes de ese día fatídico al que la lectora se niega a llegar. Ella puede impedir que la muerte los separe. ¿Por qué iban los lectores a privarse, además, nuevas obras de Foster Wallace? Basta entonces con eliminar el instante en que el escritor queda a solas con sus perros. En consecuencia, suprimir también el siguiente en que su mujer regresa a casa, abre la puerta y descubre que él se ha ahorcado.  
Foster Wallace sustituye el Nardil, su antidepresivo habitual, por otro que no surte efecto. La depresión no levanta y vive un auténtico infierno. Vuelve al Nardil, pero el medicamento ha perdido la eficacia. Él quiere vivir y seguir escribiendo. Es lo que se desprende de las conversaciones con este escritor, publicadas por la editorial Pálido Fuego. Sin embargo, los demonios lo van acosando con mayor intensidad.
 
Se marchó del planeta mucho antes de matarse, cuenta su madre. Él ya estaba lejos, dice su amigo, el escritor Jonathan Franzen. Foster Wallace no pudo al final soportarlo.
La lectora cierra el libro y se seca las lágrimas. En su memoria graba las palabras premonitorias que escribió Foster Wallace: “Todo ese conflicto acerca de las personas que se suicidan cuando están gravemente deprimidas, cuando decimos ¡Dios mío, tenemos que hacer algo para que dejen de matarse!, todo eso está equivocado. Porque, ¿sabéis?, todas esas personas ya se habían suicidado en lo que de verdad importa... Cuando se suicidan, tan sólo están siendo disciplinadas."

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.




miércoles, 18 de mayo de 2016

LA VOZ DEL SUEÑO





                                                             Foto de Pedro Guerra

Parece que el sueño y la vigilia son dos estados difícilmente diferenciables. Es la sensación que me asaltaba mientras leía La invención de Morel. El protagonista de esta novela de Bioy Casares, condenado por la justicia, ha huido y llega a una isla desierta en la que ocurren fenómenos extraños. Su soledad se ve de pronto interrumpida por la aparición de veraneantes con ánimo de fiesta, que le ignoran. Entre ellos, una mujer de la cual él se enamora. Ambos parecen moverse en dimensiones espaciotemporales distintas. Al igual que los demás turistas, ella no da señales de advertir su existencia. Él la contempla, fascinado de su hermosura, y va a su encuentro. Le habla e intenta seducirla, pero ella no dice nada. Ni le mira, ni lo escucha, como si él fuese invisible y los dos vivieran en realidades paralelas. El hombre sucumbe a la atracción y al dolor que ella le despierta.

Esa mujer, tan cercana y a la vez inasequible, me recuerda a la niña del poema de Samuel Wood, el doble del poeta Louis-René des Forêts. De ella escribe Maurice Blanchot en Una voz venida de otra parte. La niña, dice, solo se deja ver en sueños, en la plena luz de su gracia o sosteniendo una vela que sopla como con pesar para que no se la vea desaparecer. Imposible arrancar a la niña del sueño para preguntarle, porque interrogarla es perderla. En la razón diurna no se aparece.

Escribe des Forêts: "Ella solo se deja ver en sueños/ Demasiado bella como para adormecer el dolor." Y añade Blanchot: "Por el contrario, agravándolo, puesto que ella sólo está ahí merced al sueño, presencia de la que se sabe al mismo tiempo que es engañosa. ¿Engañosa?" No, parece contestar des Foréts: "Ella está ahí, y efectivamente ahí / qué importa si el sueño nos engaña. (…) Un sueño, pero ¿hay nada más real que un sueño?" Una pregunta que no se formula el protagonista de La invención de Morel, pero que resuelve al convertirse en parte integrante del sueño que él sueña. 

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.

sábado, 7 de mayo de 2016

SOLEDAD EXISTENCIAL




La narrativa sirve para averiguar en qué consiste ser un jodido ser humano, manifiesta Wallace en el excelente libro Conversaciones con David Foster Wallace, publicado por la Editorial Pálido Fuego y que ha traducido José Luis Amores. La buena literatura, sostiene también este escritor, actúa como un antídoto contra la soledad. ¿O acaso no es cierto que todos estamos terriblemente solos? Somos, como escribe Wallace, “náufragos en nuestro propio cráneo.”

La sensación de desamparo es un ingrediente ineludible del mundo real donde sufrimos a solas y donde la empatía verdadera parece imposible. ¿Quién, salvo los que eligen ponerse la venda y vivir anestesiados, se libra de sentir angustia, en última instancia, por la condición mortal? Pero si una obra de ficción nos permite de forma imaginaria identificarnos con el dolor de los personajes, entonces podríamos concebir que otros se identificaran con el nuestro. En este sentido habla Wallace de la narrativa como cierta manera de experimentar una especie de generalización del sufrimiento. Esa experiencia nos hace sentirnos menos solos.
 
No se trata de buscar el autoengaño en la literatura, entiendo que quiere decir Wallace. La exploración de eso que consiste en ser un jodido ser humano  incluye admitir la presencia del dolor y dirigirse a su causa más profunda. Su negación, dada esa tendencia predominante casi compulsiva a considerarlo un problema, sería “como apagar una alarma de incendios mientras aún hay fuego.”

Lo mismo sucede con el sufrimiento en épocas oscuras. ¿Necesitamos ficción que no haga sino dramatizar lo oscuro y estúpido que es todo?, pregunta Wallace. No, responde, y distingue entre la cosmovisión oscura que puede tener la buena narrativa y el modo de narrar ese mundo oscuro, iluminando las posibilidades de estar vivo y ser humano en su interior. O poniendo sobre el tapete, sin pretensiones moralistas o edificantes,  el hecho de que todavía, y en absoluto siempre por fortuna, somos seres humanos.